El músico copó Lima Dio su primer concierto completo después de haber estado al borde de la muerte. Fue conmovedor. Y mostró un buen presente artístico. Todo el regreso y la trastienda del post show, con una zapada improvisada en el hotel.
Encontrar la manera de iniciar la crónica de la reaparición musical de Charly García en Luján, a fines de marzo, no fue nada fácil. "Tocó Charly". Así de simple resultó la síntesis más ajustada de lo que sucedió aquella tarde rara, con gusto a incertidumbre.
Seis meses después, en medio de los mismos interrogantes, desde la capital peruana, la duda es cómo arrancar el relato del primer concierto de su gira de regreso sin caer en exageraciones que empalaguen la lectura. Así que acá va: Charly la rompió en Perú. Punto.
En el lobby y los salones del hotel en el que se hospeda la troupe de García, en el San Isidro limeño, manda la distensión. "Suena bárbaro, y García está contento", repetía el Zorrito Quintiero antenoche, al regresar al hotel tras la prueba de sonido. "Charly está feliz", dice Hilda Lizarazu, en una recorrida matinal por el lobby del hotel. "Está todo muy bien", aseguran varios de los 28 integrantes del equipo que acompaña.
Mientras tanto, Charly "duerme", "lee" o "desayuna en la habitación", según quién lo diga. Algo queda claro. No habrá Charly para los medios antes del show. Punto.
Hora de salir para el Estadio Monumental, a poca distancia, pero a mucho tiempo del hotel a las horas pico. Y acá, a las 18, es una hora pico. Decir que el tránsito en Lima es complicado, es subestimar en demasía la cuestión. El tránsito en Lima es mucho más que complicado. Cuatro cuadras en 20 minutos. Say no more. Una hora y cuarto para llegar a la explanada del estadio, donde espera un escenario generoso en dimensiones como las dos pantallas que hay a sus costados. Al frente, muy de a poco, el público va ocupando lugares. Sin histeria. Con sandwiches de pollo, cerveza, algo de merchandising y mucha distensión. Sí. Acá también. Punto.
La melodía de Pubis angelilcal, y el apagón anuncian que sí, que finalmente, el 23 de septiembre de 2009, a las 21.30, Charly García vuelve a la ruta. Más Pubis.... Telón abajo. "Me siento solo, lindo, joven", canta García. Elegante sport, sonrisa de oreja a oreja, manos que se apoyan sobre el teclado de su piano de cola. "Yo me hago el muerto para ver quién me llora, para ver quién me ha usado", sigue. Fin de El amor espera.
Todo está en orden. García se para mientras la banda ya arranca el Rap del exilio. "Vamo' a bailar", invita, y baila él también. ¿Todo bien? Sí, todo bien. No soy un extraño, avisa, García, saluda y anuncia "rock and roll". Pasan Cerca de la revolución, Chipi Chipi, Fanky, y trato de creer que de ahora en adelante cada vez que toque Charly la noticia será la música. Que cada línea de nota será para contar, como ahora, que las guitarras de Kiuge Hayashida y el Negro García López le dan a la banda una potencia rockera que se extrañaba. Que la voz y la actitud de Hilda le regalan a las canciones de García, y a la escena, una frescura que es bienvenida.
El telón de fondo se convierte en un muro que se pierde a lo lejos, durante Vía muerta, con inspirado solo de Hayashida. Y se oscurece a la hora de Demoliendo hoteles, tiempo de solo pirotécnico de García López, y de un Charly cada vez más suelto. Entonces vuelve al centro de la escena. "Cada cual tiene un trip en el bocho", canta. El de García parece ir en buena dirección. La lista sigue y, lejos de los tiempos en que la cuestión era adivinar para dónde dispararía el líder de la banda, Toño Silva López y Carlos Ludwig González edifican una base sólida, sobre la que las melodías y las armonías de Adela en el carrousel refuerzan la sensación de que esta noche, en Lima, está pasando algo importante para la música.
"Ya no quiero vivir así, repitiendo las agonías del pasado". Charly sigue cantando, con más intensidad que al comienzo. Distensión. De eso se trata. Camina, salta. Sus manos ya no sólo se apoyan sobre las teclas. Toca. Imagina un teclado sobre el piano de cola. Va por más. Pasa Serú Girán. "Qué locos éramos los dos en los buenos tiempos". Abajo, son unos 15 mil los que marcan ahora los tiempos de Pasajera en trance. Alguna vez, García cantaba seguido: "Cuando la gente dice que estoy bien no puede ver debajo de mi piel". Ahora, la canción no está en la lista. Buena señal. Su enorme sonrisa durante Me siento mucho mejor, que transforma en una mueca apenas irónica para recordarles a todos que en sus vidas es "un vicio más". Y para disparar: "Cómo estoy jodiendo a unos cuantos. Decían que estaba loco. De acá."
Tumbadoras y más actitud Hilda para Buscando un símbolo de paz. Y recta final, pero no última, con Estoy verde y No voy en tren, con intro coral como hacía mucho no se escuchaba en las bandas de Charly. El único estreno, Deberías saber por qué, adquiere otra sonoridad sobre el escenario, que le da vida. Las proyecciones ahora le cedieron su espacio a un diseño de luces que jamás agrede. Ni siquiera cuando García pone las cosas en su lugar. ¿Demasiado ego? No. Las cosas en su lugar. Charly se abraza al Zorrito, quien desde su usina de teclados se encarga de todo eso que el jefe, por ahora, deja en sus manos. Buenas manos. Fin.
La banda, a pleno, baja y se mete en la carpa de camarines. Los técnicos desarman. "No desarmen", grita García. "Vamos de nuevo", avisa, y sube una vez más. No toquen, grita. Ahora sí, es el fin. Baja del escenario y sentencia: "Les rompí la cabeza a todos". Y se va.
En el backstage todo es alegría. Músicos, técnicos, periodistas, chicas lindas, ganadores de algún premio. La limusina espera. Charly saluda. Punza. "Estoy contento por mis amigos", dice. "Pero más por mis enemigos". Say no more. «
Estoy muy contento. Nadie se la esperaba. Creo que les rompí la cabeza a todos. Estoy muy contento por mis amigos. Pero más contento por mis enemigos. Say no more." (Charly García).
Fuente: Clarin
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