“Hello Fernandou, ¿Cómo está nuestro amigo?”, esbozó el ingeniero Joe Blaney refiriéndose al homenajeado, al cruzarnos por sorpresa en la recepción del hotel Walker Tribeca.
En minutos, sobre la pared externa de ese mismo restó, cobraría vida la esperada “Charly García Corner”. Joe sonreía detrás de su barba larga y blanca a todo el que quisiera abordarlo. Y casi a las 11, éramos unos cuantos los que ya colmábamos el lugar, parados o sentados en sus mesas. A puro bullicio, sucedían charlas simultáneas entre conocidos de toda latitud y profesión imaginable, propensos a saludar y pronunciar las palabras apropiadas del mundillo artístico. La ubicación clave del bar había constituido un aditamento de lujo. ¡Era un VIP muy ambientado! Desde sus ventanales elevados, observábamos la cada vez mas nutrida muchedumbre sobre la calle, así como el palco montado que iríamos a ocupar en breve junto al Zorrito Fabián Quintiero, Hilda Lizarazu, Alfi Martins, Toño Silva y Kiuge Hayashida.
Ph: Cintia Zabaljauregui |
Apretujados como en un subte en hora pico, circulaban celebridades de la fotografía como Andy Cherniavsky y Gabriel Rocca, la poeta aventurera Liliana Lagardé, el director Alex Pels, Vivi Tellas, el ingeniero Luis Bacqué, Vanessa Maldonado, Carlos Ledesma, Gaby Aisenson, Cintia «La Arquitecta», Shoei Go Powers (la viuda de Fran Powers, de la banda Modern Clix que inspiró a García con su grafiti), Sebastián García López, hijo de nuestro recordado y querido Negro, el conductor Hoby Defino, y muchos más. Era un zoológico humano de buena energía.
El seductor Quintiero, de gorro de lana, lentes, camisa roja y barbita candado cual Johnny Depp calabrés, mantenía el humor general haciendo imitaciones desopilantes. Kiuge lo seguía de cerca, con su capacidad para contar decenas de chistes inocentes, sin repetir ninguno, portando sombrero y gafas negras de rigor. Hilda daba vueltas junto a sus amigas Andy y Gaby, emocionada, luciendo un gorro negro de piel y kimono blanco y negro con pollera roja. Cruzábamos miradas con Alfi y Toño y la expectativa era enorme, mientras la pantalla exterior emitía imágenes y testimonios neoyorquinos de Charly, ante el medio millar de almitas que ya ocupaba la esquina.
Al fin, se estaba llevando a cabo el proyecto-homenaje impulsado por el argentino Mariano Cabrera, alma mater de la cuestión. Su sueño le llevó más de un año de preparativos, desde que tuvo esa clarividencia magnífica. Pero, aún intuyéndose su éxito rotundo, sería un hito tan hermoso como complejo de realizar. Con un peso como para egipcios o extraterrestres, digamos.
Ese día, el asunto había arrancado bastante más temprano para mí, cuando partimos con el Zorri en un taxi amarillo desde la residencia del Uptown donde el cónsul Santiago Villalba y la carismática María nos recibían generosamente. De camino a la Corner, buscaríamos un teclado guardado en el Carlton Arms Hotel de la 25th Street. Casualmente, en este albergue bohemio de finales del siglo XIX —decorado al estilo Halloween—, había vivido Richard Hambleton en épocas del “Shadowman”, cuando el resabio de artistas del Chelsea Hotel ocupó sus habitaciones.
No bien llegados al callejón perdido de Chinatown, en Walker st. & Cortland Alley, percibimos en 3D la imagen blanco y negro de Uberto Sagramoso de la tapa de Clics modernos. También recordamos las Polaroids de Ada Moreno que ilustran el sobre interno de álbum. Nos había contado Charly que ella fue crucial para su nueva estética “importada”, según los cánones de la época, aggiornándolo con maquillaje, lentes blancos modernos y nariz de cono de papel. García, refinado como Gershwin, se había plegado a los ochenta mejor que nadie, adaptándose a su modernidad robótica y minimalista, pero manteniendo intacta la personalidad. Cuando llegó en 1983, hacía rato que incorporaba lo teatral en sus conciertos de la mano de la genial Renata Schussheim. Supo construir el puente Buenos Aires-New York entre fotogramas de Woody Allen, conceptos de Kubrick y el humor multimedia de Groucho Marx, siempre con un as en la manga: el del tango y la porteñidad.
De repente, arrancó el acto. Los primeros en tomar el micrófono fueron Noelia Dutrey y el cónsul Villalba, quienes desde el Consulado materializaron la movida junto a Cabrera, el creador del proyecto, el embajador Jorge Argüello y las autoridades neoyorquinas. Sin duda, estaban rindiéndole un tributo importantísimo a Nuestro Héroe Nacional. Al subir Mariano al estrado, entre otras frases, bromeó ingeniosamente con las letras del Artista:
—“¡Esos chicos están acá en esta esquina, Charly!” —gritó recordando el “Mientras los chicos allá en la esquina pegan carteles” de “Demoliendo hoteles”.
También supo señalar el lugar de la tapa con otro guiño: “Si es mejor mirar a la pared, que sea ésta”, para agregar a modo de despedida “Quiero aprovechar para saludar a alguien que está en Coronel Diaz y Santa Fe, porque Charly García nos está siguiendo a través de Internet”, lo cual hizo estallar Chinatown.
Los discursos carecieron de solemnidades y la emoción afectó al público a corto plazo. Siguió el embajador, luego el Comisionado de Transporte en NYC Ydanis Rodriguez (la rompió con su arenga latinoamericana y un vocabulario imposible de rebatir) hasta el cierre del Comisionado de “International Affairs” Eduard Mermelstein, anunciando que el Alcalde de la ciudad —Eric Adams— declaraba al 6 de noviembre como el “Día de Charly García en Nueva York”. Un privilegio otorgado a celebridades de la talla de Miles Davis, según supimos después.
Palpando el privilegio de estar allí, casi de colado, me acomodé la corbata celeste, acaricié la solapa del traje, tomé el bandoneón entre mis manos y fui bajando hacia el palco con mis compañeros, por la salida lateral. Luego de las palabras sentidas de Josi García Moreno, que nos emocionaron antes de tocar una nota, resonó el acorde de Re, Mi y Fa sostenido anunciando “No soy un extraño”. Josi tomó la voz cantante junto a Hilda, no exenta de lágrimas. Se sabe, la canción es un símbolo perfecto de García caminando por Nueva York, descubriendo el Washington Square Park y la fuerza multirracial del Greenwich Village: “Acabo de llegar, no soy un extraño. Conozco esta ciudad, no es como en los diarios desde allá…” coreamos todos como cuando Argentina ganó la copa en Qatar.
En cuanto a instrumentos, contábamos con lo mínimo, sacrificando infraestructura en aras de practicidad (un par de cajas de sonido, pocos micrófonos, dos tecladitos, la guitarra eléctrica, mi fueye y una batería chiquita de bombo, tambor, hi-hat y platillo), pero a quién podría importarle. Lo esencial nos sobrepasaba. Para colmo, teníamos enfrente la visión de edificios cinematográficos de ladrillo o en tonos ocres, altura monocorde y escaleras de emergencia, así como los letreros en chino de almacenes o negocios cercanos. Cada tanto, al tiempo de bordonear mi instrumento, perdía la vista en detalles arquitectónicos, torres de agua en azoteas o estilos neotudor y victorianos, encontrando miradas al azar y fantaseando sobre mi vida junto a Charly desde mis módicos 20. El cielo mostraba un celeste difuso, a veces grisáceo, mientras la gente gritaba, bailaba e intentaba capturarlo todo con sus respectivos celulares. Alfi Martins, con gafas de galán hollywoodiense y campera oscura, orquestaba las melodías delante de las banderas argentina y norteamericana ubicadas en sendos mástiles, detrás del estrado. El Zorrito emulaba las palmas machacantes de la versión original, buscando adeptos, mientras los más entusiastas comenzaban a trasponer la valla ubicada a metros nuestro, buscando con sigilo y no tanto una mejor ubicación. Otros, quizá mas friolentos, miraban el show a través de las ventanas del edificio color crema del hotel.
Ph: Luis Bacque |
Continuó la introducción de “Ojos de video tape” dándole pie a la voz de Hilda, quien entonó “No tengo agua caliente en el calefón…” con la naturalidad que solo Charly puede permitirse en sus letras. Y aunque las emociones saturasen alarmantemente, fue el turno de “Los dinosaurios”. Todo un himno de la llegada de la democracia en el país, versionado sobre un ritmo pesado y certero en la batería de Toño. La ceremonia estaba en marcha.
Antes del cuarto tema, “Nos siguen pegando abajo”, crucé al otro lado para cambiar de rol y sentarme ante los tambores. Resonaba un “Olé-olé-olé-olééé, Charlyyy, Charlyyy…”, que se escuchó hasta en Brooklyn. Empezó el famoso riff polirítmico y, dándole con todo, me metí de lleno en su atmósfera casi twist. Cada tanto, miraba de reojo a mi izquierda: increíblemente, me hallaba a centímetros de donde el propio Líder se había sentado para inmortalizar la portada. Cabrera tuvo la brillante idea de colocar una tela tamaño real con la tapa del disco, en el lugar exacto. Luego del final en seco de tres golpes, Kiuge rasgueó la guitarra rítmica de “Fanky” y Fabián impuso su línea de bajo a lo Chic, motivando una danza generalizada.
—¡¡¡A gozar y a bailar, Charly García!!! —gritó Hilda por el micrófono, al tiempo que se entremezclaba junto al bajista con el público. Hicieron saltar a todos, incluso a las autoridades vestidas con trajes de varios ceros. “Vamo´ a bailar” fue la consigna, bajo un ritmo frenético. La Lizarazu, abriendo los brazos, susurró: “Ahora sí, nos vamos en paz, buscando ese símbolo de adentro para afuera, ¿Vamos con ese?”. Sí, por supuesto, comenzó “Buscando un símbolo de paz”. “Será porque nos queremos sentir bien, que ahora estamos bailando entre la gente, será porque nos queremos sentir bien, que ahora todo suena diferente”, cantó la hinchada, durante esa larga improvisación que derivó en un solo al estilo “Guitar Hero” con su consecuente final de rock.
—¿Chicos, hacemos “Inconsciente colectivo” y la cantamos todos juntos? —propuso nuevamente, mientras saludábamos y Josi se sumaba a la troupe.
Silva retomó los palillos y yo regresé al bandoneón, hasta alcanzar el grand finale con “De mí”. Por entonces, Mariano también subió al palco, loco de felicidad como todos y todas, haciendo registros celulares para la posteridad. “No te olvides de mi, porque sé que te puedo estimular”, cantó Kiuge por el micrófono, destilando un momento épico e inolvidable, como se dice. Hubo saludos, abrazos, fotos y transmisiones dignas de la inmediatez millennial, antes de refugiarnos otra vez en el Mostrador. En la breve caminata, antes de dar la vueltita por Cortland Alley, Cintia La Arquitecta me eternizó delante de la portada. Todo transpirado, muy contento, con mi bandoneón a cuestas…¡No me la iba a perder!
Aún pendían en el aire esas melodías y allí quedó la placa en bronce macizo con la leyenda: “IN COMMEMORATION OF THE 40TH ANNIVERSARY OF THE RELEASE OF CHARLY GARCIA´S ALBUM CLICS MODERNOS”. ¡El hijo dilecto de Rivadavia y José M. Moreno ya tenía su esquina en Nueva York!
La fiesta “Post-Corner” tuvo lugar esa misma tarde/noche en el Consulado Argentino de la 56th Street, cerca del Central Park, no exenta de performances de artistas como el peruano Dunn y los argentinos Lyonne y Jubany. Además, el coleccionista Andrés Páez expuso ediciones y reediciones latinoamericanas del álbum, mientras corrían las empanadas y copas de tinto.
Nuestro adorado Charly, siempre metafísico, continuaba marcándonos el camino. Gran conocedor de la Mitología Griega, las comedias de Mel Brooks o Peter Sellers y la música de The Beatles, Joni Mitchell, Led Zeppelin, Steely Dan, The Rolling Stones, Chopin, Mozart, Todd Rundgren o James Taylor, declaró: “Nueva York es una ciudad tan importante para mí que solo ahí se podía lograr el sonido de Clics Modernos”. Esta vez no estuvo presente. Pero se mantuvo atento, como un colegial travieso, desde su mítico hogar porteño. Seguro viajará pronto a Manhattan, como bien merece, para tomar ese taxi de película que lo lleve a Walker Street y Él.
Por Fernando Samalea
Fuente: Rolling Stone
El blog de Charly García (hecho por DIOS)