
El ingreso se hacía lentísimo (había quienes esperaban desde el día anterior), y aproximarse a las boleterías era poco menos que imposible. En los accesos, la historia se repetía: hasta la prensa era tratada, con la habitual amabilidad tan cara a los señores de seguridad del Luna Park, (inclusive yo mismo fui "gentil¬mente invitado" a correrme por un par de gorilas que por poco dan con mis huesos en el piso ante la mirada de uno de los organizadores que inú¬tilmente trataba de explicarles que era periodista).
Una vez franqueada la entrada la cosa comenzó a pintar mejor: el Luna Park llenísimo, como nunca lo estuvo en su historia, (demasiado, a tal punto que parte del público que había paga¬do su entrada tenía que acomodarse en lugares tan extraños que no veía ni lejanamente lo que sucedía sobre el escenario), y flores dispuestas sobre el tablado, en los micrófonos y los ins¬trumentos, preanunciaban una noche de buenas ondas.