Aunque la presencia de Charly alteró el plan, no lo hizo del todo: García y el cuarteto (Andrés Marino en piano, Hernán Cassiba en contrabajo y Omar Menéndez en batería) grabaron como un grupo de jazz lo hace habitualmente, en una sola sesión y en tomas directas. Sólo se añadieron algunos pasajes y efectos que enlazan los temas y llevan el conjunto a una especie de gran suite libre que alcanza los 51 minutos de duración, y que Pettinato pide escuchar sin interrupciones, suspendiendo por un rato “la ansiedad que lo arruina todo”.
–¿Por qué elegiste estas canciones dentro de un repertorio tan amplio?
–Con artistas con tanto material, grupos, estilos, vueltas atrás, locuras de un futuro próximo, era complicado decidir. A los temas los elegimos juntos. Fueron meses de pensar en uno u otro. A la vez, el saxofón rige y está en uno que no limite, porque es una nota tras otra. No se pueden hacer acordes y su expansión puede que conduzca a caer en una fuerza gigante de mala música o llevarte un paso más allá. Cuando Coltrane hizo un tema de La novicia rebelde, nos dimos cuenta de dónde venía treinta años después. Se había apropiado de tal forma que creíamos que “My Favorite Things” era una composición suya. Era tal el poder de su presencia que todo le pertenecía. Charly es tal cual. Un magma, una lava que arrasa, deshace y deja esculturas por todos lados.
–En el sonido de contrabajo, batería con escobillas y piano, todo se descompone y vuelve a nacer. Mecha Iñigo, la pareja de Charly y curadora del álbum, me dijo que nunca había escuchado estos temas así. Yo quería los temas líricos, de notas largas y melodías aún más extensas. Como “Tango en segunda”, que es bellísimo y perfecto, o el comienzo de “Total interferencia”, por no decir todo lo demás que es. Por ejemplo, “Película sordomuda”, que Charly compuso cual pianola de los años 20, aquí fue disuelta y ralentizada a mitad de velocidad para descubrir qué sucedía. ¡Y encontramos una melodía que podría haber compuesto Cole Porter! Aún peor fue el caso de “Happy And Real”. No lo conocía, y cuando Charly lo tocó en su casa, le dije “Estos temas de Broadway me encantan”. Pero era suyo. Tony Bennett le dijo que era la mejor balada que había escuchado en los últimos 30 años. Suele pasar que una melodía se esconda detrás de una batería, guitarras eléctricas, una masa de teclados. Al limpiarse todo queda la pureza de la canción. Yo pensaba que este tenía que ser un disco que sintetizara el viaje de García a través de la música, desde los ruidos, las cintas al revés, los cambios radicales en una misma canción. Así llegamos a los IPads y un singular descubrimiento casi inaudible que mi pianista se encargó de sacar. Hoy se llama “IPad Church número 9” y podría ser un tema de órgano de iglesia preparado por un músico clásico de aquellos tiempos en que les pagaban bien.
–Ahora que te introdujiste en las canciones de García ¿qué es lo que destaca de él como artista?
–Lo más importante fue llorar con su voz. Hasta el día de hoy no puedo escucharlo cantar: “Miiii vidaaaaaa essss tannnnn tristeeeeee”, porque no lo puedo sostener. Muchos creen que es sencillo componer, pero como decía Brahms: “Componer no es difícil. Lo difícil es dejar caer debajo de la mesa las notas superfluas”. Si fuera tan sencillo, los imitadores de Charly merecerían caballos y una casa en lugar de la hoguera (risas). García no se detiene porque su cerebro no puede hacerlo. Compone y compone en el mismísimo momento en que compone. Es como si fueran dos. Uno que está por terminar el tema y el otro que le dice: “No, acá falta esto, o lo tocaremos de otra forma”. Lo comprobé cuando ensayábamos “Happy And Real” para el Gran Rex. Yo le decía: “Hacelo tipo free al principio y como en esos comienzos de películas de bla bla bla”. Y tocaba lo que fuera respondiendo a la propuesta que le hicieras. Increíble. Nunca vi algo así. Y todo con un solo tema. Alguna vez dije que en el rock nacional, con un puente de una canción de Charly, una banda puede grabar todo un repertorio propio. Bueno, después de esta experiencia creo que me quedé corto. Así como los tangueros representaban el adoquín y Piazzolla el asfalto, Charly es tal vez la única antena que nos queda en pie para saber de qué forma definimos nuestra idea de arte.
–Con vos Charly se largó a una grabación desnuda, sin procesamientos digitales ni sobregrabaciones. ¿Tuviste que convencerlo para que se tirara a esa pileta?
–¡Charly es la pileta! Y también el agua. Está en vos la suerte que tengas de que ese día haya decidido llenarla y decirte: podés subir al trampolín (risas). Los improvisadores en general tenemos la cabeza en el aire. Somos pedazos de atmósfera que después escuchamos lo que hicimos y no nos reconocemos. Yo toqué y grabé cuatro discos con los popes máximos del free jazz, ¡personas que a los 22 años eran bajistas de Thelonius Monk y Sonny Rollins! Y ahí entendí lo que era la libertad. Son músicas que te dirigen la vida para siempre. Pensé que había quedado atrapado en esta felicidad de ser un músico de free jazz, como de free rock (término que acuñé para Sumo alguna vez). Pero no. Resultó que aún podía reconocer en mí las bacterias del Gato Barbieri, o de Ben Webster, en cuanto al sonido lleno, sutil o épico. Hoy me escucho en este disco y no sé quién es el que toca el saxofón. Muchos decían: “Salir con Charly es no saber si volvés”. ¡Gracias a Dios que es así! En la música es tal cual. Charly siempre odió la palabra jazz. No sé por qué, pero antes de subir al escenario en el Gran Rex, me dijo: “No digas más esa palabra, ¡Por Dios!”. Sin embargo, aquí exprime esa esponja gigante que lleva en su memoria y vaya uno a saber si no es Herbie Hancock o Donald Fagen. ¡Pero hace solos y reinterpreta sus propios temas para que queden dentro del espectro del disco! O sea, no es un disco de una bandita tocando en versión decadente tipo Beatles and Bossa. El disco es una obra que comienza con “un hombre supuesto” buscando algo en el dial y termina cortado de golpe como el final de Abbey Road. García se metió en la música y propuso aportar guitarra, vibráfonos, gritos, momentos casi de música contemporánea deforme y volver a las melodías. “20 trajes verdes” no sabés de quién es ni de qué época, ni cómo es que no lo grabó Sinatra.
–¿Quién es Charly García para el mundo del jazz? Salvo el disco Indómita Luz, en 2012, el mundo del jazz no se mete mucho con su obra.
–Jamás escuché nada de García hecho en jazz. Sé que existe, pero muchas veces lo importante es la cercanía y su presencia más que si alguien hace sus canciones con timbaletas. Esto no es un disco de músicos intentando ganar dinero haciendo las canciones sagradas del rock, como esos grupos que convierten todo en una cumbia. Es un disco artístico. Un disco profundo y tal vez difícil. El arte debe ser un martillazo en la cabeza o nada. No nos olvidemos de que La grasa de las capitales todo lo infecta cual fugazetta. Y en este disco Charly mostró lo que significa luchar contra eso, y salir por encima con la cabeza limpia. Nuestro país a veces es como una juguetería que tiene miles de camiones mal construidos y con ruedas que duran dos días y en el estante de arriba: ¡castillos importados de concepción perfecta! ¿Pero qué es lo bueno? Que supimos elegir. García será eterno, ya lo es. Podios hay y estatuas sobran en la humanidad. Y puede haber una para Hendrix y otra para Mostaza Merlo. Da igual. García, repito: es la fucking piscina. Todo lo demás nada cómodamente y hace la plancha dentro de ella.
–En la época de Sumo y el under de los 80, Charly era uno de los ídolos que había que desbancar. Hoy aparece como alguien a cuya obra le dedicás un disco. ¿Qué te produce esta pirueta del destino?
–El mundo y el destino son como como el ojo de Londres. Es esa rueda que cada vez que pasás por el mismo lugar sabés del miedo que va a venir y, sin embargo, te volvés a sorprender. La rueda es la misma. Lo que te muestran, no. García no tiene década. Como decía un maestro: “El tiempo no pasa. Los que pasamos somos nosotros”.
–Comparaste la concepción de este disco con lo que Bob Dylan hizo con el repertorio de Sinatra. ¿Qué te gusta de esos formatos y qué dirías de la forma de interpretar que tiene hoy Charly?
–Una noche hablamos sobre Dylan y ese disco tan raro. Dylan lo hizo, según se suele decir, porque muchos críticos afirmaban que ya no tenía voz. Entonces puso el micrófono pegado a su paladar prácticamente y así salió. Tomé esa idea, se lo dije a Charly: “Mirá, te pondré un micrófono así, sin nada, pelado. Basta de efectos”. Y así fue. Le encantó, y lo más importante es que lo interpretó bajo esas normas. Cuando lo escuchás sentís que está cantando en tu living, alucinás. Me sigue pasando en este instante.
–¿Qué te pidió Charly para grabar, en cuanto a condiciones técnicas?
–No lo puedo decir (risas). Pero que no hubiera escaleras, que al final las había, y nada más. Se sentó al piano y comenzamos al instante. De pronto se había convertido en un crooner del mejor hotel de Nueva York. Faltaban las luces azules y el humo de la boca de la chica de rojo (risas).
–¿Qué característica creés que el disco muestra de Charly, como autor e intérprete, y también de vos como intérprete?
–Mi visión de mí como intérprete la tengo a través de los ojos de Charly. Suficiente para mí. ¿Le gustó cómo toco en este disco? Sí. Punto. Después, lo que yo pueda decir de mí no es relevante. Aquí se demuestra que García toca como nunca, toca jazz, hace solos, interpreta sus temas de una forma ultra novedosa, y fundamentalmente su voz te parte el corazón. Y no sé si se lo propuso o le salió así. Canta como si fuera Goyeneche, o quién sabe cuáles de los mejores Dylan, Tom Waits o John Cale. La voz de García va a dar que hablar y seguramente muchos querrán más discos suyos así. Me recuerda a los últimos discos de Coltrane, que ya lo había dado todo en la vida y te sorprendía con una laceración en el sonido y un buen gusto imposibles de creer.
Por Luciano Lahiteau
Fuente: Clarín
El blog de Charly García (hecho por DIOS)