El poster del histórico show de Charly García en Ferro, en 1982. |
Yo tenía 18 años y acababa de terminar quinto año, así que el plan de seguir festejando junto a compañeros era más que tentador. Éramos unos diez chicos y chicas, muchos de ellos asistiendo por primera vez a un recital, y nos sentíamos en un clima de libertad digno de Woodstock, con la cancha llena de fans dispuestos a cantar los temas de Yendo de la cama al living a viva voz en una calurosa noche de verano.
Vale recordar que por entonces no era nada habitual ir a recitales en canchas de fútbol. Quizás había habido un puñado en la última década (Santana, Queen y poco más), así que el evento era todo un acontecimiento. Charly, provocador como siempre, aparecía en el ticket de entrada con una foto dentro de un televisor y junto a una marca tipo Fiorucci, hecho que escandalizó al tan prejuicioso mundo rockero de la época, y que provocó su posterior letra en Dos cero uno: “Él se cansó de hacer canciones de protesta y se vendió a Fiorucci”… Semejante show no podía ser un recital más, y por eso no faltaron invitados de lujo como Nito Mestre (que deslumbró a todos al completar el 50% de Sui Generis para hacer Bienvenidos al tren en el bis y Superhéroes antes), Mercedes Sosa (que reiteró su famosa versión de Cuando ya me empiece a quedar solo de su inmortal disco en vivo) y Pedro Aznar (sumando la necesaria cuota Serú Girán y también el humor de Peluca telefónica).
Los temas se fueron sucediendo sin dar respiro a la capacidad de asombro, pero lo verdaderamente espectacular llegó al final, cuando los efectos especiales de Trentuno bombardearon con fuegos artificiales –literalmente- a la escenografía de fondo realizada por Renata Schussheim, que parecía reproducir edificios de Buenos Aires. Había cables que atravesaban la cancha desde el fondo y pasaban por encima de nuestras cabezas, y ahí se deslizaban los “disparos” luminosos, exorcizando los años de terror azul y la absurda guerra donde murieron jóvenes de nuestra misma edad.
Charly García, una vez más, consiguió con sus canciones y hasta un detalle visual, sintonizar a la perfección con el inconciente colectivo y nos regaló dos horas de felicidad pura, para bailar y cantar sobre los escombros de un país triste que quería recuperar la alegría.
Por Marcelo Fernández Bitar
Fuente: Clarín
El blog de Charly Garcia (hecho por DIOS)