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jueves, abril 27, 2017

Una foto, una época

Desde 1979, Eduardo Longoni trabaja como fotógrafo documentalista. Sus imágenes de los años de la dictadura y los difíciles comienzos de la democracia fueron expuestas en más de cincuenta países y ya son parte de la memoria de los argentinos cuando hablan de esos hechos. Como forma de completar ese trabajo, decidió contar el contexto y la forma en que tomó sus fotografías más emblemáticas. Lo hizo en un libro “Imágenes Apuntadas”, editado por Planeta, y del que se presenta un adelanto.

Siempre me gustaron los libros de fotos: abrir alguno y quedarme, quizás por media hora, con la vista clavada en una misma imagen. Si se trata de un gran maestro de la fotografía, de Cartier Bresson por ejemplo, además del disfrute de apreciar su mirada trato de descubrir los secretos de la composición, la manera como construyó la imagen.

Con los años fui armando una pequeña biblioteca de libros fotográficos. Ellos y los consejos de mis colegas fueron mi escuela. De alguna manera, “estudio” abriendo los libros y pasando lentamente sus páginas. El cine y la literatura hicieron el resto. Y así fui formando mi mirada.

De los fotógrafos que me interesan leí mucho: reportajes, entrevistas, críticas. Pero varias veces sentí que me hubiera gustado, además, conocer sus vivencias en primera persona. Saber más de las circunstancias en las que apretaban el disparador; empaparme de las sensaciones más genuinas, esas que se desprenden de haber estado en el lugar (y en el momento) de los sucesos.

Así nació este libro. Quise contar las historias escondidas detrás de las imágenes. Desde mi primera cobertura periodística, un atentado de Montoneros durante la última dictadura, pasando por las fotografías de las Madres de Plaza de Mayo o el juicio a las juntas militares, única vez que empañé el visor de mi cámara con lágrimas.

Hay relatos de los alzamientos carapintadas, la mano de Dios de Maradona en el mundial de México, el ataque guerrillero al cuartel de La Tablada y los recuerdos que tengo de haber fotografiado a Sabato, Benedetti, Charly García y Mercedes Sosa.

O al papa Francisco en su versión “de entrecasa”, cuando no era la figura máxima de la Iglesia. También comparto mi experiencia con los monjes Cartujos, la celebración en homenaje al Gauchito Gil y el día en que Estela de Carlotto recuperó el nieto 114: su nieto.

Esta es la historia de un aprendizaje. Casi toda mi vida. Los relatos de un fotógrafo.

Mercedes y Charly

viernes, octubre 21, 2016

Charly en el Archivo Prisma

El Archivo Histórico de los Servicios de Radiodifusión Sonora y Televisiva del Estado Nacional (RTA) fue creado por decreto el 9 de abril de 2013.

Tiene como objetivo principal el ordenamiento, preservación, digitalización y puesta en estado público del material audiovisual y sonoro que fuera tanto grabado como emitido por Canal 7 y Radio Nacional.

La historia de los materiales audiovisuales y sonoros que componen el Archivo Histórico de RTA refleja, con más o menos velos y distorsiones, las vicisitudes de la vida de la Argentina. En particular, del Estado en su relación con la sociedad, en tanto se trata de señales que de él han dependido sin interrupciones y que pretendieron interpelar al conjunto social.

"La digitalización significa la apertura de la memoria audiovisual histórica. A partir de este momento, las primeras 1.000 horas están disponibles para todo nuestro pueblo, y seguimos trabajando para que en breve las 100.000 horas totales estén al alcance de todos" dijo en Octubre de 2015 en la inauguración el titular de RTA, Tristán Bauer. Entrar a la página es perderse en un mar de documentos del pasado audiovisual argentino que invita al pensamiento, pero también al disfrute y la nostalgia.

Charly García: 24 años, músico popular, 6/5/1976


sábado, julio 30, 2016

Torna Sorrento: Charly x Lanata

Desde que escuchó Torna Sorrento en la cajita de música de su padre hasta su experimento reciente de un recital que el público escucha con auriculares, Charly García persigue el sonido perfecto como quien busca alcanzar el nirvana. El sonido en su estado puro. De esa y otras obsesiones conversa con Jorge Lanata. Una entrevista en la que comparten la crítica al éxito fácil y la reivindicación del arte hecho con amor. García abre su corazón, habla de las cosas que lo conmueven y recuerda el tiempo en que la versión mínima de una canzonetta napolitana podía ser el sonido perfecto.

Camina como un pato con problemas de columna.
Tiene traje blanco y sombrero al tono y, al presentarse, se inclina levemente hacia adelante antes de decir, en medio de una reverencia:

-Io sono Giovanni María Catalán Belmonte.

Cada vez que lo ve, cada vez que Alberto Sordi aparece en la pantalla con su disfraz de dandy, Charly García suelta una risa ahogada, como un graznido.

-¡Mirá, mirá! -dice Charly, señalando la pantalla, como un chico.

Y allá va Giovanni María Catalán Belmonte en su Rolls Royce blanco atravesando calles oscuras que evocan paraísos de la droga: Vía Thailandia, Vía Indonesia, Vía Birmania. Sordi murmura: está buscando Vía Camboya. Dobla en una esquina equivocada y termina bajo el monumento a Mussolini, donde escucha los gritos de un desesperado: -¡¡Ahito!! ¡¡Aiuto!!
A Sordi no se le mueve un pelo. Baja, atildado, del Rolls, camina hacia el herido y le extiende la mano:

-Giovanni María Catalán Belmonte... -se presenta.

Charly se despatarra en su cama y murmura algo ininteligible. Después, dice:

-Estos tanos son unos genios, ¡son re-grossos!

La película se llama I nuovi mostri (dirigida en el ’77 por Monicelli, Risi y Scola) y el de Sordi es uno de los doce o trece capítulos. En los próximos diez minutos, Catalán Belmonte recorrerá hospitales sin que nadie acepte al moribundo. Una dulce monjita le informará que no atienden “doppo de undici”, unos enfermeros que juegan a las cartas le explicarán que el “ospedale” está lleno de turistas holandeses y, por razones obvias, lo rechazarán en el ospedale militare: el herido es civil. Lo que se dice una historia argentina.

-¡¡Non siento piu la gamba!! -grita el herido en un llanto, y Charly apaga.

-Bueno, ¿vamos?

Él está tirado en su cama y yo en una silla incómoda, en el borde. Toda la casa está pintada. Y cuando digo “toda” quiero decir exactamente eso: toda, menos la cocina y una parte del living. Todo lo demás evoca aquel aviso de pintura que ahora me parece un documental. La parte del living que se salvó de los graffitis es simplemente roja o casi bordó, y la cocina está descascarada y por ella se accede a la casa, ya que la puerta del frente está rota. En el cuarto hay una pantalla plana, varios equipos de audio, cables que se enroscan en casi todos lados y un anaquel casi vacío con un par de botellas en el estante más alto. Todas las personas con las que me cruzo antes de entrar en el cuarto (y son varias) me repiten: “Charly está bien”, y ponen el pulgar en alto.

García viene de tocar en el Faena con una propuesta insólita: el público lo escucha a través de auriculares. Me pregunto si habrá encontrado el sonido perfecto.

-Bueno, vamos -le digo.

martes, enero 07, 2014

Entrevista en Mavirock (completa)

En el año en que llegó al Teatro Colón, uno de los compositores más grandes de la historia del rock argentino recibió a Mavirock en su departamento palermitano. Una tarde en El Palacio de los Patos, entre canciones, tragos, fotos y dibujos, Say No More contó cómo surgió la idea de presentar Líneas Paralelas en el Teatro Colón.

"¡Ya voy!", grita Charly García, y su voz llega desde alguna habitación, hasta el living de su departamento. Dos minutos después aparece por el pasillo, taconeando unas botas de caña corta estilo beatle, con esa gracia suya, casi femenina. Tiene el pelo peinado hacia atrás la melena ondulada de siempre, y unos anteojos de marco grueso. Lleva una camiseta blanca ajustada, algo de panza, calzas rojas, y las uñas pintadas. Es una versión moderada del Charly de la era Say No More. Un rato antes, la empleada doméstica había abierto la puerta de entrada. "Ya viene el señor", había dicho Celia, mientras lavaba los platos. Y Charly estaba tirado en la cama junto a su novia de veintiséis años, la exmodelo Mecha Iñigo.

Es la tarde de un viernes de julio y García, que acaba de interrumpir su bed in palermitano, ahora avanza dando pasos cortitos y torpes hasta llegar al living. "¡Bienvenido!", dice, mientras sonríe y abre los brazos con expresión tierna. A un costado, se ve un piano de cola rojo y, detrás del piano, un cuadro en gran tamaño de Milo Lockett. Después hay una mesa, y más allá unos sillones blancos. Las paredes están pintadas de un color verde agua infantil. Hay, apenas, algunos pocos cuadros colgados. Uno de Keith Richards con Bob Dylan. Otro de la imagen de un disco de Iggy Pop. Otro es un vinilo de Marilyn Manson.

-¿Me das dos whiskeys Celia? -pide en voz alta.
Pero él mismo los prepara en la barra que divide al living de la cocina. Sirve dos medidas largas sin hielo y las trae a la mesa. Un par de horas después, la suya quedará casi intacta. No son los tiempos de Coronel Díaz y Santa Fe. Los años ciegos de espejos rotos, paredes escrachadas con aerosol y ríos de cocaína en la nariz, ahora son escenas del pasado.

A los 62 años, Charly García, el más grande compositor vivo del rock argentino, vive con su bella novia en un departamento de techos altos en el Palacio de los Patos, un edificio señorial de viviendas suntuosas, ubicado en una esquina de Palermo. Comparado con el bunker de Coronel Díaz y Santa Fe, donde vivió sus últimos años de "locura controlada" –así la define Charly-, este sitio es un cuento de hadas, una burbuja romántica. Un Sweet home Buenos Aires.

Construido en 1929, Los Patos es un palacio de lujo y estilo francés. Un emblema del patrimonio arquitectónico de Buenos Aires que ocupa media manzana. Tiene un gran patio central y varios patios y jardines internos distribuidos de forma misteriosa, casi laberíntica. También tiene vitrales, escaleras de mármol y pisos de madera de esos que ya casi no existen.

martes, octubre 01, 2013

Charly brilló en el Colón

Más de 2.500 fanáticos de todas las edades vivaron al Mozart argentino tras un concierto que dejó en claro que el genio musical está intacto y el ida y vuelta con su público, aún más. 

Tras la expectativa generada por su debut del lunes pasado en el Teatro Colón, Charly García logró en la segunda presentación del espectáculo “Líneas Paralelas, Artificio Imposible”, convencer definitivamente a quienes lo vieron que dos noches fueron poco.

Nuevamente a sala llena, los primeros loops de “Dileando con un alma” fueron la señal para que el histórico telón de terciopelo se corriera y dejara ver una puesta que conmovió a los más de 2.500 incondicionales de todas las edades que esperaban ansiosos ver al ídolo, junto a la banda que lo viene acompañando en esta etapa, The Prostitution, y la Orquesta Kashmir, dirigida por el compositor y arreglador Patricio Villarejo e integrada por dos cuartetos de cuerdas.

Parapetado detrás de un elegante set que combinaba sus tradicionales teclados con cuatro Ipads estratégicamente ubicados arriba de cada uno, García continuó con “Vía Muerta” y “Desarma y sangra”, entre gestos de complicidad hacia el público y guiños a los integrantes de su propia banda, a quienes deja desplegar un crescendo para que progresivamente se luzcan a lo largo de todo el show.

Desde Rosario Ortega (observada desde la quinta fila por papá Palito), que arranca con su versión más tenue y termina acaparando la escena hacia el final del espectáculo cantando a dúo con García, hasta el baterista Toño Silva, todos los músicos de The Prostitution descuellan en las interpretaciones neoclasicistas y polirrítmicas de los hits (y también de los no tan hits) que forman parte del repertorio de “Líneas Paralelas”.

Fabián Von Quintiero, Fernando Samalea, el “negro” García López, Carlos González, Julián Gándara, Christine Brebes y Herman Singer completan el cuadro de honor del actual equipo Say No More.