No sé cuál de mis hijos me había usado la Sube pero, cuando la puse contra el detector del colectivo, no tenía saldo. El colectivero ya me estaba haciendo señas para que me bajara; un señor sexagenario se ofreció a pagar con su tarjeta por mí. Me acerqué a su asiento a regresarle el dinero, y se negó a recibirlo.
-Debés estar cansado de que te digan que tienen una historia para contarte- dijo.Me senté a su lado en la butaca libre y respondí: -Yo ya estaba cansado de antes.
Sospecho que lo consideró una licencia para contar. En cualquier caso, luego de lo que había hecho por mí, no me podía negar a escucharlo.
“Adiós Sui Generis fue el más importante recital al que no concurrí en mi vida. El recital era de la mayor trascendencia para mí, por distintos motivos. El primero, y más importante, mi admiración por la música de la banda, que luego se continuó en la admiración por García. No me gusta llamarlo Charly. El apodo me parece menor. El otro motivo es que me estaba escapando de la Triple A”.
Al día siguiente tenía un pasaje para España; esa noche debía pasarla en algún lugar de incógnito, no en mi casa ni en mis sitios de referencia. La Triple A me buscaba por un malentendido. Yo había estado de novio con una montonera y ellos consideraban que debían matarme también a mí.
Yo no sólo nunca me había metido en política, ni siquiera era peronista. Mucho menos de izquierda. Pero esa mujer me volvía loco. La amé profundamente, aunque ella apenas si me quiso. Nunca entendí por qué se acostaba conmigo.
Que yo la amara era lógico: era hermosa, fresca, misteriosa, sensual. Pero yo… míreme. No era muy distinto hace cuarenta años. Cuando me dejó, quise hacerles llegar a los muchachos de la Triple A la noticia de que yo ya no era un blanco. Que no me mataran.
No había sido montonero ni siquiera cuando ella me dejaba tocarla; muchos menos ahora. Ya tenía el corazón roto, no quería que además me lo quitaran. Uno quiere vivir, eso tampoco entiendo por qué.
Pero no había manera de comunicarse con la Triple A. No tenían un teléfono ni un centro de atención. Era curioso: los compañeros de mi ex novia sí podían comunicarse con López Rega y sus secuaces.
De hecho, se habían reunido con Lopecito cuando el General aún vivía. Pero los que no teníamos ninguna relación con el Movimiento, y de carambola nos buscaban para matarnos, no teníamos con quién hablar”.
En fin, lo mejor que se me ocurrió fue esconderme en el Luna Park, en septiembre de 1975, para ir directo de allí a Ezeiza y rumbo a Madrid, no a visitar al General, que ya había vuelto y muerto, sino a no verlo nunca más, ni a él ni al resto de su runfla, con la que ya bastante había intimado, en todos los sentidos menos políticos.
Pero no conseguí entrada: ni para el primer ni para el segundo recital. Repleto. Ni pude colarme. Escuché desde una puerta cómo García echaba a los espectadores de la primera función, que no querían irse después del segundo bis.
Y no pude dejarme llevar por la marea humana que entró a la segunda. Partes del recital se grabaron, pero hay partes que no. ¿A dónde fueron a parar? Porque el hecho de que yo suba a un colectivo, le pague incidentalmente su boleto, etcétera, es lógico que se pierda en el tiempo.
¿A quién le importa? ¿Para qué conservarlo? Pero una canción de García, que nadie grabó, pero miles escucharon…¿desaparece así como así del mundo? ¿No está más? ¿No existe? Sería una injusticia.
El segundo recital terminó, y la noche era cálida. Me quedé allí mismo, parado, viendo salir a la gente, pensando que si me mataban, que fuera allí mismo, cuando una chica me pidió fuego. Yo no fumaba. Pero de pronto, de la nada, apareció un encendedor en mi bolsillo.
La aparición del encendedor me asustó. ¿De dónde había sacado yo un encendedor? Tal vez era un pantalón que no usaba hace tiempo, y ella, mi ex novia, había dejado allí el encendedor de otro, de aquel con quien se había marchado, porque ella tampoco fumaba.
El otro era su “superior” en la escala jerárquica. Le encendí el cigarrillo a Gertrudis, y le pregunté qué tal había estado el recital. Gertrudis era muy bonita. No era la belleza despampanante de mi ex novia, pero era también muy bella y muy dulce. Me sentí bien apenas me habló.