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lunes, diciembre 22, 2014

Y al final, las instituciones terminaron ganando la partida

Charly García tenía en mente una serie de canciones que conformaban una fuerte crítica social, en un año especialmente tormentoso para la Argentina. Tanto que lo que terminó saliendo fue una obra muy diferente.

En noviembre de 1972, el rock argentino se conmocionaba con la aparición de Vida, el primer álbum de Sui Generis. El dúo, conformado por Charly García y Nito Mestre, venía trajinando escenarios desde hacía unos años y ostentaba en su haber una serie de temas imbatibles. La sonoridad de las piezas reflejaba la admiración del dueto por artistas como Elton John y Crosby, Stills, Nash & Young. Mientras que la lírica retrataba las típicas problemáticas de la adolescencia. El trabajo, traccionado por “Canción para mi muerte”, vendió 80.000 unidades y elevó a los muchachos a niveles de popularidad sin precedentes dentro del género. Nueve meses después, salió Confesiones de invierno. El opus dos, con gemas como “Rasguña las piedras”, continuaba la línea estilística de su antecesor, pero revelaba otras ambiciones: las letras manifestaban cierta conciencia política y la música mostraba signos de maduración expresados en delicados arreglos orquestales.

Sui Generis tenía el éxito entre sus manos, pero Charly comenzó a sentirse artísticamente limitado. Entonces decidió cambiar. Influido por las propuestas sinfónicas de Yes, Genesis y King Crimson, adquirió un piano eléctrico, un sintetizador analógico, otro de cuerdas, un clavinet y se lanzó a componer. La complejidad de las flamantes creaciones forzó al dúo a transformarse en cuarteto. El primer incorporado fue Juan Rodríguez, un experimentado baterista cuya versatilidad le había permitido tanto trabajar con Leo Dan y Cacho Castaña como participar en las sesiones de grabación de Confesiones de invierno. El segundo en sumarse fue Rinaldo Rafanelli. El bajista, quien venía de tocar en Color Humano, conoció al dueto cuando ambos colaboraron con La Pesada del Rock and Roll y el Ensamble Musical de Buenos Aires en una remozada versión de La Biblia, de Vox Dei. La monolítica base conformada por Rafanelli y Rodríguez se amalgamó con la impronta de García y Mestre generando una combinación única: sensibilidad acústica con exactas dosis de potencia rockera.

La evolución musical del conjunto fue acompañada por una poética contestataria. Charly acumuló una serie de temas relacionados entre sí por un hilo conductor: la crítica a diversas instituciones de la sociedad. “Pequeñas delicias de la vida conyugal” se mofaba de las convenciones impuestas por el matrimonio, “Botas locas” cuestionaba al ejército, mientras que “Música de fondo para cualquier fiesta animada” hacía foco en la corrupción judicial. Las instituciones políticas eran evidenciadas en sus mecanismos coercitivos. Las metodologías violentas se reflejaban en “Juan Represión” y las sutiles en “Las increíbles aventuras del Señor Tijeras”. “Mi arte –explicaba por entonces el compositor a la revista Pelo– está basado en las contradicciones del sistema. En esas cosas que te pueden hacer morir de risa o llorar de amargura.” Probablemente, la radicalización del tecladista haya aflorado tras conocer a David Viñas. Hubo dos encuentros entre el irreverente intelectual de izquierda y el joven creador. Ambos fueron promovidos por Jorge Alvarez, empresario editorial, discográfico y productor del cuarteto. “García, como se aprecia en ‘Aprendizaje’, era un crítico de las costumbres, pero él –afirma hoy Alvarez– tenía la inteligencia y el talento suficientes para apuntar más alto. Por eso lo contacté con Viñas, quien era la persona indicada para abrirle los ojos.”