El rock, decía Pete Townshend, fue la
herramienta que permitió que los chicos de las clases bajas asomaran la
cabeza por encima de vidas mediocres, chatas, miserables no sólo en el
bolsillo sino en oportunidades para descubrir lo que de único trae cada
uno de nosotros al mundo.
Los últimos serán los primeros. Aquí y ahora, y en cosa de meses.
Carlitos
fue el primero, siempre. Siempre tuvo una inteligencia arrasadora.
Rápido, sagaz, ácido y ocurrente. Un pibe brillante. Y pituco. Tal vez
por eso fue resistido al principio. Proponía Elton John y canciones
brillantemente construidas cuando el rock argentino, con algunas
salvedades, pasaba por un enamoramiento casi fundamentalista con el
blues y el "rock pesado". Alguno habrá creído que este chico era un
tibio, de esos a los que vomita Dios.
La gente
se dio cuenta mucho más rápido que los músicos y críticos de la época
que esta serpentina con anteojos era especial, que lo que traía era
fuera de serie.
Todos sabemos muy bien lo que
pasó después: que hay un antes y después de Charly, que no habrá
generación de músicos populares hispanoparlantes que puedan
desentenderse de su influjo. Les guste o no.
Supo
ser testigo y expresión de su momento histórico, un guía á la Groucho
Marx para atravesar la juventud sin perder la inocencia y el desparpajo,
un narrador honesto de esas cosas que se viven en la alta mar de la
madrugada y que causan pudor bajo la luz del sol, cuando se hace difícil
admitir que se estuvo llorando en el espejo. Forjó la canción de rock
en castellano en un fuego directo, franco, espontáneo, sin perder jamás
una sana cuota de humor. No se tomó a sí mismo demasiado en serio y al
mismo tiempo se cargó al hombro el rol del héroe argentino. Nada menos.
El
entendió el mensaje codificado de "A Hard Day's Night" cuando era un
púber que encendía velas y tocaba Chopin llorando de emoción. A ese
mensaje no llega cualquiera. Decía algo así como: "Animate, hay un mundo
más allá del blanco y negro reinante, pero tenés que patear el tablero y
ser único en tu especie; nadie va a ayudarte. Hacelo vos mismo, sé un
salvaje hermoso".
Y él se construyó hacia
eso. Y lo logró. Tanto que en su momento se lo comió. Se debe haber
sentido inmortal. No metafóricamente, sino de veras. Sólo así se hace un
clavado desde un noveno piso. Para avisar que va en serio. Era la época
de Say No More, y todos lo veíamos alejarse en la niebla hacia quien
sabe donde.
El pibe de Caballito había
construido en tres décadas una obra monumental, una referencia por la
cual serían medidos todos los demás, y parecía pesarle demasiado.
Un
chico de familia acomodada le había hablado a las masas contando los
secretos de sus corazones a los gritos en canciones imparables. Había
pateado el tablero, demolido hoteles y empujado el límite para que
ninguno de nosotros se pudiera quedar cómodamente donde estaba.
Un poco como el cura villero. Pero dirigido por Richard Lester.
Por Pedro Aznar
Ilustración: Pablo Zerda
Fuente: Revista Rolling Stone (Nro 200 - Noviembre 2014)
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