lunes, diciembre 29, 2014

Charly García Inmortal

Siete y media de la tarde. Paro en un café para escribir, cuando la campana de la iglesia llama a misa en la parroquia donde hace 50 años las señoras paquetas se escandalizaban con las ideas del padre Mugica. Barrio bacán, desde donde un cura de familia pituca se la jugaba por los pobres.

El rock, decía Pete Townshend, fue la herramienta que permitió que los chicos de las clases bajas asomaran la cabeza por encima de vidas mediocres, chatas, miserables no sólo en el bolsillo sino en oportunidades para descubrir lo que de único trae cada uno de nosotros al mundo.

Los últimos serán los primeros. Aquí y ahora, y en cosa de meses.

Carlitos fue el primero, siempre. Siempre tuvo una inteligencia arrasadora. Rápido, sagaz, ácido y ocurrente. Un pibe brillante. Y pituco. Tal vez por eso fue resistido al principio. Proponía Elton John y canciones brillantemente construidas cuando el rock argentino, con algunas salvedades, pasaba por un enamoramiento casi fundamentalista con el blues y el "rock pesado". Alguno habrá creído que este chico era un tibio, de esos a los que vomita Dios.

La gente se dio cuenta mucho más rápido que los músicos y críticos de la época que esta serpentina con anteojos era especial, que lo que traía era fuera de serie.

Todos sabemos muy bien lo que pasó después: que hay un antes y después de Charly, que no habrá generación de músicos populares hispanoparlantes que puedan desentenderse de su influjo. Les guste o no.

Supo ser testigo y expresión de su momento histórico, un guía á la Groucho Marx para atravesar la juventud sin perder la inocencia y el desparpajo, un narrador honesto de esas cosas que se viven en la alta mar de la madrugada y que causan pudor bajo la luz del sol, cuando se hace difícil admitir que se estuvo llorando en el espejo. Forjó la canción de rock en castellano en un fuego directo, franco, espontáneo, sin perder jamás una sana cuota de humor. No se tomó a sí mismo demasiado en serio y al mismo tiempo se cargó al hombro el rol del héroe argentino. Nada menos.

El entendió el mensaje codificado de "A Hard Day's Night" cuando era un púber que encendía velas y tocaba Chopin llorando de emoción. A ese mensaje no llega cualquiera. Decía algo así como: "Animate, hay un mundo más allá del blanco y negro reinante, pero tenés que patear el tablero y ser único en tu especie; nadie va a ayudarte. Hacelo vos mismo, sé un salvaje hermoso".

Y él se construyó hacia eso. Y lo logró. Tanto que en su momento se lo comió. Se debe haber sentido inmortal. No metafóricamente, sino de veras. Sólo así se hace un clavado desde un noveno piso. Para avisar que va en serio. Era la época de Say No More, y todos lo veíamos alejarse en la niebla hacia quien sabe donde.

El pibe de Caballito había construido en tres décadas una obra monumental, una referencia por la cual serían medidos todos los demás, y parecía pesarle demasiado.

Un chico de familia acomodada le había hablado a las masas contando los secretos de sus corazones a los gritos en canciones imparables. Había pateado el tablero, demolido hoteles y empujado el límite para que ninguno de nosotros se pudiera quedar cómodamente donde estaba.

Un poco como el cura villero. Pero dirigido por Richard Lester.

Por Pedro Aznar

Ilustración: Pablo Zerda 

Fuente: Revista Rolling Stone (Nro 200 - Noviembre 2014)

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