lunes, noviembre 23, 2009

Un Charly muy sobrio tocó en el Rumiñahui

A las ocho y cuarenta de la noche, cerca de ocho mil fanáticos aguardaban la salida de su ídolo: Charly García, en el coliseo Rumiñahui. Había expectativa por el regreso del legendario rockero argentino a los escenarios ecuatorianos después de cerca de siete años.


La banda al final del show: Carlos González (i), Hilda Lizarazu, Kiushe Hayashida, Charly, Carlos ‘Negro’ García López, Fabián ‘Zorrito’ Von Quintiero y Toño Peña.

"Mucho antes de que se supiera de la gira, el concierto en Ecuador estaba confirmado", había dicho Claudio Durán, responsable de que García volviera a Quito.

Durante la espera, las dos pantallas gigantes situadas a los costados del escenario proyectaban una y otra vez el video de la canción Deberías saber por qué, la que marcó su regreso tras 15 meses de rehabilitación por su adicción a las drogas y alcohol, de la que sus allegados aseguran se ha superado.

"Che, si en verdad me tomás en serio, deberías saber por qué", sugería Charly en el video a los fans que se desesperaban por verlo.

Las luces se apagaron, y salió la banda. Los gritos no se hicieron esperar. Apareció la figura de García por el lado derecho de la tarima, una figura que alcanza el 1,94 metros de altura. Atravesó el escenario por detrás de sus músicos para sentarse al piano de cola que estaba situado en el otro extremo.

De inmediato sonaron los acordes de El amor espera, que pertenece al disco Influencia (2003). La euforia invadió a sus ‘aliados’ (así se los conoce a los fans de Charly). Se percibía en todo el coliseo. El mismo efecto causó con las ochenteras El rap del exilio, No soy un extraño y Cerca de la revolución.

García cantaba desde el piano, aunque de vez en cuando se levantaba para dirigir los cortes y los finales de la banda.

Vestía de negro completo. Un terno de lino y una camisa del mismo color, que contrastaba con un aspecto saludable, distinto al que mostró en su anterior visita en diciembre de 2002. Durante su rehabilitación ganó peso. Ahora luce un rostro redondo y mejillas rosadas.

"Es que ahora las cosas han cambiado. Charly ahora es un músico ordenado, muy disciplinado", explicó Juan Carlos Castillo, coordinador de prensa.

En sus requerimientos estuvo ausente el whisky. Más bien pidió leche, miel y frutas durante su estancia en el Swisshotel.

Tras las primeras cuatro canciones, Charly decidió interactuar con el público. "Hola Quito. Vine", dijo García desde el piano. Se levantó, caminó hacia el centro del escenario, donde lo esperaba otro micrófono para cantar de pie. "¿Quieren rock?", preguntó entusiasta, y la respuesta, más entusiasta aún: "¡Yeah!". Y la banda volvió a sonar con potencia.

Al principio, aun cuando el sonido de la banda era inmejorable, la voz del cincuentón músico argentino se perdía detrás de la potencia de la instrumentación. Pero eso no representó un gran problema. No les incomodó.

Interpretaron todo el repertorio con él. De cabo a rabo, supliendo la falencia que luego, alrededor de la quinta canción, ya se había superado.

La hija de la lágrima, anunció Charly cuando volvió a su piano. Le siguieron temas como Fanky y Chicas muertas. Al fondo, una pantalla que copaba todo el ancho de la tarima lo acompañaba con imágenes cada uno de los temas. Fue el caso de su clásico Demoliendo hoteles, en el video se veían edificios colapsando en sus estructuras. Mucho después, un carrusel de feria giraba mientras sonaba la melodía Adela en el carrousel.

Los músicos tuvieron momentos excepcionales. Las guitarras del ‘Negro’ Carlos García López y la del chileno Kiushe Hayashida, dejaban escuchar unos solos que elevaron la adrenalina de los espectadores.

Y claro, Charly también hizo lo suyo. Cuando quería se levantaba del piano y daba vueltas por el escenario, bailando, interactuando con la banda, como si quisiera transmitirles a sus músicos algo de la leyenda que lo envuelve a él desde hace más de 40 años.

Después de cantar No voy en tren, luego de poco más de una hora y media de concierto, se despidió de las personas y se llevó a sus músicos rumbo a los camerinos.

El público no se movió de sus puestos. Diez minutos de ovaciones, gritos y barras como: "Olé olé olé olé, Charly" hicieron efecto, y el músico salió una vez más para interpretar Deberías saber por qué y Hablando a tu corazón, esa del Tango (1986). Otro amague de salida, dos minutos más de histeria, y un último retorno en el que anunciaba "esta es la última, en serio". Y lo fue. Concluyó el último tema, un manotazo al micrófono que terminó en el suelo, fue la señal de que no volvería a salir. Y no salió.


En muchas ocasiones, Charly García dejó su piano de cola y se dirigió al centro del escenario para cantar y hasta bailar sus canciones en el coliseo Rumiñahui, el sábado pasado.

por Javier López Narváez

Fuente: El Telégrafo (Ecuador)

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