Soy parte de esa religión. Esa que atraviesa varias generaciones. Que une países, más allá y más acá de la Cruz del Sur. Buscando un símbolo de paz. O el amor que nos salva y nos sirve. Somos locos que no hemos querido volvernos tan locos. En medio de los hambrientos, los que se fueron, los que están en prisión. La religión de Charly García nos creó un personaje, un delirio escénico, un síntoma corpóreo, una narrativa chispeante de poesía y, sobre todo, una música potente, impredecible, extática.
Éxtasis: estado de plenitud máxima asociado a una lucidez intensa que dura unos momentos. La lucidez que Charly nos entregó a borbotones, a pesar de los escándalos, la megalomanía, el esperpento y la enfermedad, ha durado varias décadas. Argentina le debe la puesta en escena de su historia social y psicológica. Nada menos. La mirada universal y sincrética de un país de inmigrantes; la intensidad emocional, desde la entrega apasionada hasta la neurosis y el delirio; la predilección por lo inédito, lo estrambótico; la obsesión por lo divino (Charly y Maradona son dioses; las minas guapísimas, también); el estigma, al mismo tiempo que la altivez, de vivir al Sur; esos síntomas nacionales de un país acostumbrado a endiosar y destrozar a sus ídolos hasta el límite, los encarna y compone Charly.
Pero también lo reclama como suyo América Latina, que es una, cada vez menos ancha y menos ajena. La herencia de Charly: cruce de caminos entre intelecto y sensualidad; frenesí del rock y sutileza de la lírica; individualismo anárquico y crónica social. Sus canciones: eslóganes existenciales, parte del inconsciente colectivo de públicos de varias edades. Sus denuncias: metáforas de los crímenes pequeños y los crímenes sin nombre. Ni la dictadura militar argentina logró estamparle su mordaza. Los asesinos no entendieron la alegoría: Alicia ya no vivía en el país de las maravillas, sino en la tierra del horror.
Y está su música. Su inusual, exquisita, insólita capacidad de “afinar” el mundo. Nadie como él para enamorar las cuerdas de un piano susurrante, transparente, delicado, que pronto se tensa en arrebato, vértigo, alarido. Para pasar del folk rock acústico al rock sinfónico experimental; del rítmico funk o el clásico rock’nroll, a la armonía disfuncional o al collage de sonidos superpuestos. Piedra de toque del rock argentino y latinoamericano. “El John Lennon del subdesarrollo”, como él mismo se calificó, desde su antigua y ácida ironía.
Luego de 8 meses de psiquiátrico, ha vuelto. Y en su gira por varios países aterrizó también en Ecuador. Ya no explota en palabras incendiarias o actos delictivos. El que se tiró a la pileta huyendo del miedo y la muerte, tuvo que ser domesticado. Le trataron su “síndrome de excitación psicomotriz”, la artrosis de las manos, la seborrea del pelo, la deformación de los dientes. Ahora luce cachetes y barriga de señor cuerdo. Se ha salvado y nos mira con insólita valentía, a pesar de que los estadios acá no se llenaron. Y qué. Fuimos los que somos. Una vez más, nos reveló quién es el que enciende y el que apaga la luz. Ya sabíamos, además, que a veces hay que sentir y no decir. Say no more.
Por Jeannine Zambrano
Fuente: El Telégrafo(Ecuador)
domingo, noviembre 29, 2009
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2 comentarios :
hermosa nota !!!
Felicidades por el blog,,,en verdad un lujo,,,
abrazos desd El Templo,,,
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