¿Se puede trazar una historia del rock cantando en castellano?. ¿Existe tal movimiento hoy en día?. ¿Se puede hablar de una poética rockera? Un recorrido por los casi 50 años de historia de canciones y artistas que son parte de nuestra huella cultural.
En la Argentina, el rock debe su visibilidad a nivel popular a la edición del simple “La balsa” –que contenía en el lado B “Ayer nomás”– de Los Gatos en 1967. Nada será igual después del éxito de la canción que empezó componiendo Tanguito en el baño de la Perla del Once y que luego concluyó Litto Nebbia. Alrededor de la celebridad del grupo de Nebbia comenzó a irradiar una pequeña escena que verá la oportunidad inigualable de cantar canciones de rock en castellano –algo hasta ese momento impensado, dado que el mercado no lo celebraba.
La historia del rock producido en la Argentina comenzó en un lugar llamado La Cueva y se ensangrentó en otro conocido como República Cromanón. El quiebre entre underground y popularidad se dio con los recitales de despedida del dúo Sui Generis en el Luna Park el 5 de septiembre de 1975. Veintiséis mil personas en total agotaron la primera función y llenaron vistosamente la segunda.
La dictadura militar replegó al rock y todavía no queda en claro si “el movimiento del rock” concedió o no como dicen, o si fue el polo de resistencia que la historia oficial vía el periodismo de principios de los años 80 articuló y que continúa vigente hasta hoy en día –aunque entre las figuras del rock no hubo desaparecidos, algunos de sus mentores tuvieron que dejar el país por amenazas o falta de trabajo (Moris unos meses antes del Golpe de Estado; León Gieco, Miguel Cantilo y Nebbia, más adelante).
En el rock argentino hubo diferentes muertes: la ambigua muerte de Tanguito (¿se cayó del tren? ¿lo tiraron? ¿se tiró?), las injustas muertes de Miguel Abuelo y Federico Moura (ambos por enfermedad), la muerte por paro cardíaco de Luca Prodan y la absurda muerte de Pappo (se desplazaba en su moto y, por un mal movimiento, se cayó y lo pisó un auto que venía detrás) son algunas de ellas.
Hasta la siniestra noche del 30 de diciembre de 2004 y salvo la irresoluta muerte del adolescente Walter Bulacio en la comisaría 35° después de un show de Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota en el estadio Obras en 1991 –sumada al derrumbe en una disco de San Nicolás en mayo de 1987 en un show de Soda Stereo, en el que murieron cinco chicos; y los dos jóvenes electrocutados en el recital al aire libre de Divididos en Puerto Madero en marzo de 1999–, la muerte quedaba, si son las palabras correctas, en manos de los protagonistas, nunca de los fans.
Tanguito grabó las canciones que componen su único álbum –editado póstumamente en 1973– en el medio de unas horas reservadas por la troupe del sello Mandioca en el legendario estudio TNT para que Manal hiciera lo propio. Sólo su guitarra y su voz. Tanguito es, sin querer, la primera víctima rockera del show bussiness: se resistió a interpretar “La balsa” –canción de su autoría, compartida con Nebbia–, con la que había ganado mucho dinero. Su acto de negación: el momento en que Javier Martínez –baterista de Manal y el amigo que lo incitó para que registre el tema– le pide desde la cabina del estudio de grabación que lo grabe en reiteradas ocasiones: “En el baño de La Perla de Once compusiste La balsa”. Tanguito busca disuadirlo, mientras escuchamos la intro de esos acordes con sexta.
La negativa de Tanguito muestra la paradoja o la contradicción inherente al espíritu rockero: por un lado, se daba la situación de ganar dinero y gastarlo sin ton ni son; y por el otro, se notaba cierta culpa original, en el hecho de que tamaño reconocimiento lo convertía en parte del star system.
Poco de diez años más tarde, un Charly García aggiornado y moderno –a la sazón del espíritu de la época– se transforma en el productor de éxito de algunos nuevos grupos. Entre lo más destacable, Los Twist de “La dicha en movimiento” y el álbum (homónimo) que abrió la segunda etapa de Los Abuelos de la Nada. Para la naciente escena punk (con Los Violadores a la cabeza), García simbolizaba el mainstream. Pero también lo tenían en claro unos incipientes Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota, quienes ante el acercamiento del ex Serú Girán para producir su álbum debut, se negaron rotundamente a que “Gulp!” pase por sus manos. “No, gracias, lo haremos por nuestra cuenta”, fue su lacónica respuesta.
El rock de la dictadura, cuyos fans coreaban en los recitales el cántico “Se va a acabar, se va a acabar la dictadura militar”, se vio envuelto en un festival por la paz –el Festival de Solidaridad Latinoamericana, realizado el sábado 16 de mayo de 1982– pero con la venia de los militares –los mismos que estaban enviando a la muerte a miles de jóvenes a la Guerra de Malvinas–. Esto generó todo tipo de suposiciones y sospechas. Como bien puntualizó “El banquete”, una canción insidiosa e irónica de un por entonces emergente Virus –el grupo de los hermanos Moura–, que ponía en el tapete una suerte de meta rock, una crítica al rock desde adentro.
Alguna vez el ahora director de la Biblioteca Nacional Horacio González escribió: “El rock lucha contra el poder pero también se vuelve poder”. Eran tiempos en que la productora de Daniel Grinbank (al frente también de la novedosa FM Rock and Pop) puso a todo su staff de artistas a disposición de la campaña presidencial del candidato radical Eduardo Angeloz (1989). Entre ellos se destacaba Charly García, quien no ocultaba su antipatía por el candidato justicialista Carlos Saúl Menem (“Nemem” lo bautizó). Paradojas del rock: años más tarde el músico se paseaba por los jardines de la Quinta de Olivos a los abrazos con quien fuera en dos oportunidades Presidente de la Nación (1989-1995; 1995-1999).
La relación del rock argentino con la política nunca fue fácil. Si bien a fines de marzo de 1973 varios artistas rockeros celebraron el triunfo de la fórmula Cámpora-Solano Lima en el estadio Argentino Juniors, con el advenimiento de la democracia en 1983, el vínculo se tornará casi comercial. Recitales gratis al aire libre a granel tejerán la relación ambivalente entre ambos (recién en los últimos años, con el surgimiento de Músicos con Cristina, el lazo será afín). Babasónicos –el grupo que mejor leyó el derrumbe del menemato con Miami, 1999– le dedicó a tan taimada coyuntura una canción como “Soy rock”, donde cuestiona la ligazón lucrativa entre el Estado y el rock.
Uno de los protagonistas de la década de 1990 fue la cancha de fútbol. Y uno de los referentes rockeros más asiduos a los estadios fue Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota (o los Redondos, como se los conoce). Pero la gran “estrella”, en realidad, fue el público que siguió a los Redondos por diversos puntos del país. Cuando para el grupo del Indio Solari y Skay se hizo difícil tocar en lugares como Obras o los estadios de clubes como Racing Club de Avellaneda, comenzó entonces el éxodo hacia el interior del país, logrando una increíble peregrinación de sus fieles hacia varias ciudades y lugares no tan acostumbrados a espectáculos rockeros de tamaña magnitud. Se vino el “rock del país”.
En menos de diez años, los Redondos se convirtieron en un fenómeno de masas: de ser el “cabaret político” –en los primeros 80– seguidos por una elite de intelectuales, artistas plásticos y periodistas informados, pasaron a concentrar una muchedumbre anónima, proveniente de distintos puntos de la Capital Federal y el Gran Buenos Aires. Lo musical enlazaba una fiesta pagana, una misa, un concierto: una zona liberada que incluía a gente de diversos estratos sociales, que encontraban en la fiesta bacanal de los Redondos un espacio ideal para putear a la autoridad (la policía, los militares) y vivir sin la imposición de límites. Cuando se separaron, en agosto de 2001, ese vacío tuvo varios pretendientes: desde La Renga y Los Piojos hasta Bersuit Vergarabat. Pero ninguno logró el mismo impacto.
¿Cuáles fueron las poéticas que cimientan el recorrido de casi 50 años de historia de rock en Argentina? La lectura más ramplona ubica al lirismo de Luis Alberto Spinetta (cuyo seguidor más popular es Gustavo Cerati, el ex Soda Stereo) enfrentado al cronista urbano encarnado en el vozarrón de Javier Martínez, baterista de Manal. ¿Pero dónde ubicamos al romanticismo de Litto Nebbia, al radar emocional de Charly García, al torrente intempestivo de Andrés Calamaro, a la aspereza matemática de Pappo, al constructivismo encriptado del Indio Solari, al minimalismo lúcido de Daniel Melero, al abordaje literario de Fito Páez? ¿Y León Gieco? ¿Y Ricardo Soulé (Vox Dei)? ¿Y Adrián Dárgelos (Babasónicos)? ¿Y Ricardo Iorio? ¿Y Juanse (Ratones Paranoicos)? ¿Y Luca Prodan (Sumo)?
Desde Palo Pandolfo y Gabo Ferro a Rosario Bléfari y Leo García. Desde Richard Coleman y Francisco Bochatón a Iván Noble y Lisandro Aristimuño. Desde Skay Beilinson y Pablo Malaurie a Francisco Garamona y Boom Boom Kid.
Desde grupos como como Ciro y los Persas y Las Pelotas a Carajo y Cielo Razzo. Desde El Mató a un Policía Motorizado y Acorazado Potemkin a Pez y Massacre. Desde El Otro Yo y Captupecu Machu a Los Cafres y Los Pericos. De Eruca Sativa y Las Kellies a Las Pastillas del Abuelo y Banda de Turistas.
El abanico de propuestas poéticas –no siempre con poesía detrás– es parte del potencial y la amplitud de miras con que el rock argentino prosigue su camino. Es menester que sea rock…
Nota de Cielos Argentinos
El blog de Charly Garcia (hecho por DIOS)
jueves, marzo 20, 2014
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1 comentario :
Sublime la nota.
Y que sea rock!
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