Nunca sé bien cómo explicar la multiplicidad de cosas en las que estoy involucrado", se sincera Fernando Samalea, sentado a la mesa de un bar en Palermo. Es que, desde que descubrió de muy chico que quería ser músico e investigar cada instrumento, casi no paró.
Así, a los nueve años empezó a tocar la batería, a los 13 fue a ver a La Máquina de Hacer Pájaros al Luna Park –"lo que verdaderamente me motivó a hacer todo lo posible por subir a un escenario"–, a los 18 ya cobraba por musicalizar viajes en barco de Buenos Aires a Montevideo, y desde los '20 arrancó en las ligas mayores: tocó con Gustavo Cerati, Richard Coleman, Diego Frenkel, Walter Malosetti, Andrés Calamaro, Illya Kuryaki y Charly García –con quien sigue hasta la actualidad– entre muchísimos otros.
En paralelo, construyó una sólida carrera como multiinstrumentista y compositor que ya tiene ocho discos de estudio. El último, recién salidito del horno, es A todas partes, casi una metáfora de su vida como músico y eterno viajante.
Este estar "en todas partes" para Samalea es "el estigma de la niñez". "Cuando mis viejos me compraron la batería, creo que mis ganas tenían que ver con las ganas de pertenecer a algo, de participar en ese momento de la música. Empecé a intentar en diferentes lugares y siempre tenía cuatro proyectos al mismo tiempo. Se fue dando hasta el día de hoy, casi medio siglo ininterrumpido de insistencia y de amor por la música. En definitiva, es como un juego", describe.
–A tus 9 años, cuando querías "pertenecer a algo", ¿hacia dónde estabas mirando?
–Mis viejos escuchaban Benny Goodman y Glenn Miller, y ahora les estoy haciendo un guiño con este nuevo disco. También mucho Piazzolla, así que el bandoneón estuvo muy presente desde chico. Y también el rock sinfónico, Frank Zappa, King Crimson y grupos de afuera que en ese momento estaban muy presentes. ¡Los discos de Rick Wakeman solistas fueron muy emblemáticos de toda mi niñez! Obviamente mi deseo era totalmente genuino, sin ningún fin de lucro. ¡Yo no sabía que los músicos cobraban por tocar! Había un estímulo familiar en la música y en la lectura adolescente como Salgari y Hermann Hesse. Me acuerdo de ver obras de Beckett en el San Martín y en el Cervantes. Estaba muy proclive a descubrir todo y eso me ayudaba y me daba respuestas para seguir queriendo aprender más y más.
–¿Cuándo pudiste ganar dinero por algo que te gustaba hacer?
–Lo clave fue que en un momento cambió mucho la estética y el estilo musical. Yo venía más de los años '70, con La Máquina, Seru Girán, Spinetta Jade y Crucis, y de golpe llegaron los años '80 y ahí fue cuando nos conocimos con Ulises Butrón y Richard Coleman y armamos Metrópoli. Después vino Fricción, con Gustavo Cerati, y se abrió un nuevo espacio en todo sentido. Vino Clap con Diego Frenkel y Christian Basso, y se empezaron a mezclar los mundos del jazz que escuchaba de adolescente con estos aires modernos y nuevos. Entre los 18 y los 20 más o menos se definió todo.
–Eras muy chico y estabas en momentos importantes de la música argentina. ¿Cómo lo viviste?
–Como suele ocurrir, cuando las cosas se materializan se viven con naturalidad. Uno recibe el momento presente y sigue el camino, pero era una emoción enorme. Era mi verdadera posibilidad de empezar a formar parte de todo eso tan lindo que como oyente disfrutaba un montón, yendo a conciertos. Siempre me entusiasmó y pienso que si vos deseás mucho algo, tarde o temprano probablemente suceda. Yo estaba muy decidido de chiquito y sin muchas posibilidades, pero sabía que tenía que suceder y sino de alguna manera lo iba a inventar.
–Toda esta vorágine de cosas, aparentemente, nunca te absorbió ¿Supiste mantener el equilibrio?
–Sólo en un breve momento en el '88 sentí que estaba sobrepasado de muchas actividades. Fueron dos o tres meses que justo coincidió con la mezcla de Cómo conseguir chicas (Charly García) en Estados Unidos y yo no fui y estuve subiendo a los botecitos de Palermo, pedaleando. Fue el único momento que sentí que la vida me pidió parar un poco. Siempre fui muy tranquilo. También soy muy vago y me gusta mucho la contemplación, esos tiempos supuestamente muertos. Me gusta ir a Olivos, a la Costanera, a librerías, disquerías y cafés, lo que Hermann Hesse llamaba "el arte del ocio".
–¿Cómo surgió A todas partes?
–Mi disco fue casi como un hobby, un divertimento. Es bueno que a esta altura de la vida pueda hacer algo y llamar a los amigos que uno considera apropiados, y a la vez con los que uno tiene ganas de seguir compartiendo cosas. No hay en este caso presiones de ningún tipo. Es el deseo infantil e ingenuo de generar algo, y dentro de mis posibilidades intentar hacer la mejor música que pueda para seguir aprendiendo.
–Hablás de una vuelta a los sonidos del Winco de tu infancia. ¿Cómo fue la composición?
–Fue un guiño a las orquestas antiguas que me gustaron de toda la vida. Siempre compongo de una forma muy rara: tengo todo el concepto del disco, incluso visual, de principio al fin. Acá son ocho músicas y me vinieron incluso en orden. Normalmente deposito todo en la imaginación con cuadernos y anotaciones, y voy grabando paso a paso, instrumento por instrumento. Y siempre hay amigos que me ayudan un montón. En este caso, Matías Mango, con quien armamos el esqueleto para darle credibilidad a esta idea romántica de este juego hollywoodense. También Alejandro Terán y Herman Ringer. Ellos me ayudaron no sólo a armonizar sino a escribir la forma correcta para cada instrumento. Hay arreglos para oboe, flauta traversa, fagot.
–¿Sos tan meticuloso en los detalles como parece?
–Es una mezcla entre algo muy meticuloso y algo que no tiene nada que ver con lo pensado. En un punto los pensamientos son los enemigos de la música. Hay que hacer equilibrio entre la idea de que algo sea perfecto y de que simplemente suceda.
–¿Nunca estás en lugares donde no querés estar?
–No. Siempre estoy con amigos y le escapo a las imposiciones sociales lo más que puedo. Me relaciono con la sociedad lo mínimo indispensable, los trámites y eso. Trato de hacer una vida no marginal pero sí cuidada, de no meterme demasiado en cosas que te minen el terreno. Es una elección, porque la vida material te impone un montón de responsabilidades y cosas, y no quisiera llegar a un momento de la vida en el cual sienta que no hice las cosas que quise hacer. Es una obviedad pero lo estoy tratando de mantener a rajatabla. En mi caso, esto tiene una gran red o soporte, que es que me conformo con poco y puedo vivir con la música, algo que no todo el mundo puede hacer. En ese sentido se facilita mucho esta vida bohemia y fantasiosa. Vivo en un altillo muy lindo en Constitución, tengo mi moto y mi contacto con la sociedad tiene que ver con mantener esas dos cosas. Después toco, viajo, recorro el mundo y comparto con artistas amigos, pero dedico la vida a intentar que el placer se mantenga en un papel protagónico y no en el padecimiento ni en la queja. Trato de buscarle la vuelta para que todo funcione como yo quería cuando empecé a tocar y era chico. «
La recuperación del espíritu de los vinilos
La edición de A todas partes, con el tamaño similar a un simple, tapa doble y una estética visual muy cuidada, se da en un momento en que el disco de vinilo volvió a ser un objeto de culto, por su arte de tapa y, claro, su sonido. Sin embargo, para Samalea es sólo una coincidencia en tiempo y espacio: "Yo nunca dejé de escuchar discos y de tener vinilos en mi casa. Me mantuve en esa línea y fui incorporando, algo que también hice con la música. Sigo escuchando lo que escuchaba antes con total pasión. A todas partes no lo veo como un regreso al sonido de mi niñez, sino como algo que fui manteniendo. A mí me encantaba Roger Dean, un dibujante que hacía tapas de Yes, y le daba todo un halo de fantasía increíble. Difícilmente pueda escuchar un disco si no sé cómo es la tapa. Me gustan mucho los objetos, las ediciones lindas. Tengo la costumbre de escuchar el disco mientras veo la tapa y tengo la información, el conjunto."
–¿Cómo fuiste, desde lo musical, incorporando los cambios tecnológicos?
–Cuando en los años '80 vinieron las primeras baterías electrónicas, yo por supuesto estaba muy entusiasmado. También con los samplers que disparaban sonidos, pero después me dediqué a la cosa más acústica y un poco me olvidé, pero en los años 00 es como si hubiese vuelto esta etapa tecnológica. Ahora estoy tocando la batería en la banda de Rosario Ortega y estoy entusiasmadísimo porque tiene un grupo fantástico y siento la misma sorpresa que sentí en los años '90 con los Kuryaki y después con Rosal. Me gusta cuando está todo por hacerse y estás en una banda joven que gusta hacer algo contemporáneo y acorde a los tiempos que corren. Y yo voy metiendo lo mío.
La pasión por la escritura y las motos
El mundo en dos ruedas. "A mí me encanta escribir desde chico. Incluso los primeros discos que hice los llamaba disco-cuentos o disco-libros porque venían con un relato que musicalizaba la banda sonora. La idea que tengo ahora es grabar el esqueleto del próximo disco en Buenos Aires o donde sea, pero después grabar en lugares no convencionales a los que iré con la moto", dice Samalea, y cuenta que hace poco descubrió dónde está encallado el barco Mar del Plata II, en el que tocaba a la noche durante el trayecto que hacía el buque hacia Montevideo.
"El Buquebus lo desplazó por completo. El barco terminó haciendo viajes a Paraguay y ahora es una especie de hotel flotante que está cerca del puente de Zárate Brazo Largo. Descubrí la mística de reencontrarme con algo que había sido tan importante para mí. Yo tenía mi camarote y era fascinante viajar a Montevideo cuando en ese momento la Ciudad Vieja era muy marginal, con marineros de todo el mundo, night clubs, whiskerías y prostitutas. ¡Me sentía como en una película de Fassbinder! Era menor de edad, además, y ese mundo noctámbulo y acontramano me parecía rarísimo", recuerda y fantasea con la idea de ir con su moto, una computadora, una placa de sonido, micrófonos y darse el gusto de grabar allí algunos bandoneones.
"Creo que la música tiene ese plus que va más allá. Existe la cosa puramente técnica de que vos pongas un micrófono, pero hay algo más que es la atmósfera. Lo he aprendido desde mis 20 años tocando con Charly, que dice '¡grabá ahora!' y por ahí hay que poner el micrófono o algo y no, es en ese momento preciso, y yo entiendo perfectamente eso. Hace al momento en que vos lo registres o en el lugar donde vos lo registres", afirma.
Y agrega: "Yo creo mucho en esas cosas, en los lugares donde uno registra las melodías. Quiero viajar, escribir y grabar, y la moto va a ser un elemento clave para consumar este proyecto. Conectar con personas, dejar rienda suelta, parar en moteles. Andar en moto es lo más parecido a la libertad."
Al Colón con Charly
Fernando Samalea se incorporó a la banda de Charly García en batería a finales de los años '80 con la grabación de Parte de la religión. Ahora, en esta nueva etapa del músico forma parte de The Prostitution, donde toca bandoneón, vibráfono y maniquíes (sí, maniquíes). "Tocar con Charly estos instrumentos fue otra manera de descubrir sus armonías, distintas de la batería. Me obligó a estudiar toda su música y aun más admirar el nivel increíble de composición. Sobre todo en el 60x60", confiesa el músico.
–¿Están preparando las funciones en el Teatro Colón?
–Sí. Por ahora van a ser dos funciones en septiembre. Charly está entusiasmadísimo, haciendo sus dibujos, manuscritos y marcando todo el escenario. La idea fue mutando. En un principio iba a ser como una suerte de sinfónica para 70 músicos conducido por Alejandro Terán. Charly tiene todo un sueño conceptual que me parece maravilloso, que a groso modo tiene que ver con las líneas paralelas. Como el acorde se compone de tres notas, la idea sería sacar la tercera, que es la que determina si el acorde es mayor o menor, y crear una tensión particular en la cual el propio oído se estira de un lado para el otro de acuerdo a la situación. Pero la idea va mutando y no sé en que resultará. Está en la cabeza de Charly. No va a dejar ningún detalle librado al azar.
Fuente: Tiempo Argentino
miércoles, junio 12, 2013
Fernando Samalea: "Mi deseo parte sin ningún fin de lucro"
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