Hacía días que Charly García deambulaba por Punta del Este. No físicamente sino en un afiche adherido a los bondis que bordean esta península donde veranea la crema de la crema. Allí se lo veía en su versión mofletuda, desmejorada, con el mínimo agredado de “Viernes 21. Hotel Conrad. 22 horas”.
Los rumores en la previa no eran alentadores. Una entrevista a la coreuta Hilda Lizarazu publicada por Clarín, en la que expresaba que abandonaría la banda de García en breve, más la renuncia intempestiva de su último manager y chimentos sobre una recaída que fueron a mil, generaron la sensación de que se venía un nuevo derrape. Pero no, no sucedió.
Si bien Charly apareció por el faraónico Hotel Conrad con los mismos mofletes de la publicidad y cierto andar enclenque, lo cierto es que lo hizo con una demora mínima y para ofrecer un show a la altura de su obra monumental. El músico se mostró mucho más entero y consustanciado con la instancia “interpretación” que en el caso del Concierto subacuático, su retorno a Vélez de hace unos años que pareció un montaje de apurada en el contexto de un complejo proceso de desintoxicación.
Aquí el músico fue a los bifes. Literal. Tras la reproducción en cinta de un pasaje de Pubis angelical, su banda de sonido para la película homónima, los músicos caminaron a sus puestos, García se paró ante el micrófono, simuló tirarle una piña al violero Carlos García López y se corporizó Cerca de la revolución. El sonido, perfecto. La voz de Charly, en su mejor forma, transitando cada verso. La banda, impecable. La gente, alucinada. Luego siguió Rock & roll yo y ante el éxtasis, pintó el García más acido: “Gracias chetos. Ojo, a esto lo digo con onda. Soy un artista respetado y tengo códigos. Yo no discrimino; veo a Tinelli y soy comunista, aunque no lo parezca”.
Lo de “soy un artista con códigos” lo dijo siempre que pudo en cada intersticio que ofreció una lista de grandes éxitos que se permitió perlitas como Yo no quiero volverme tan loco y No llores por mí Argentina, de Serú Girán. También el gesto de respaldar a Kill Gil (“mi última producción, que no pude sacar en su momento porque estaba en un manicomio”) con la interpretación orgánica del conmocionante No importa. Esa obra sería otra cosa (algo alucinante, por cierto) en el disco si no hubiera sido concebida con tanto gesto barroco y esa opacidad en la mezcla.
Hubo más de este García encendido e histriónico, que parece haber entendido que cargarse el repertorio al hombro no es sinónimo de solemnidad ni un gesto concesivo. A la hora de Fanky, filtró el verso de Pa panamericano; cuando Zorrito Von Quintiero (el más “esteño” de esta banda denominada El aguante) disparó una secuencia, le tiró “¿estudiaste mucho para esto?”; y gritó “¡¡¡rock sinfónico!!!” antes de una exultante versión de El amor espera.
“Qué lindos que son los vicios”, disparó justamente en un Soy un vicio más y hay que contar que esa expresión tuvo la resonancia de alguien que se resiste a una vida monacal. En el cierre con Rezo por vos Charly reforzó esa idea: “ahora rezo; dentro de un rato, ni en pedo”.
Próxima parada, Cosquín Rock
Charly García actuará en la edición 2011 de Cosquín Rock, a realizarse entre el 11 y el 13 de febrero en el aeródromo de Santa María de Punilla. Será cabeza de cartel del día 2.
Por Germán Arrascaeta
Fuente: La Voz
sábado, enero 22, 2011
Charly García, con todas las pilas
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