domingo, junio 13, 2010

Un amor real

Una de los primeros síntomas de que todo estaba cambiado fue que, esta vez, la que llegó tarde fue la gente. Charly se sentó al piano apenas menos de una hora después de lo pactado, y en las tribunas todavía quedaban butacas vacías. La gente que empezaba a llenarlas entraba al estadio con un gesto que conjugaba al mismo tiempo el apuro y la sorpresa “¿Cómo que ya empezó?”.





Las luces se apagaron a la 21.50, y unos segundos más tarde todo se iluminó por la imponente pantalla de fondo, sobre la que se proyectaba un telón. Ese telón fue dejando lugar, a medida que ingresaban los músicos, a una escenografía un tanto melancólica, como si se tratara de un depósito de maravillas a punto de revivir.

Piel de gallina: a paso cuidadoso ingresó el prócer del rock y comenzó a demoler hoteles: impactaba ver los primeros planos de su cara regordeta, al costado de los escombros. La banda, mientras tanto, dejaba en claro cuál era su tarea: demoler y construir, avanzar como una topadora al servicio de un poeta redentor.

Piel de gallina: una extraña vitalidad en las manos de Charly García, no en vano filmadas de cerca con mucha frecuencia, una especie de fragilidad conmovedora. Algún bailecito mínimo en Promesas sobre el bidet, algo que pedía por favor disfrutar. Era un pedido fácil de cumplir por parte de las miles de personas de todas las edades que estaban como que no lo podían creer. Charly movía las manos, como un maestro de ceremonia agradecido a su orquesta. Daba la sensación de ser todo un acto de entrega, un acto de gestos emotivos y puños cerrados. “¿Se creían que me había vuelto bueno?” preguntó, y arrancó con Cerca de la revolución. Se lo veía tan feliz en el mundo que contagiaba. Cuando terminó la canción, nació el primer olé olé olé, Charly, Charly.

“Uno a cero, menos mal”, dijo. Y completó: “la demagogia viene después”. Anunció que cantaría Filosofía barata y zapatos de goma, y se corrió del escenario. Le dejó el lugar a una increíble Hilda Lizarazu: por momentos daba la sensación futbolera de que el equipo de Charly era Hilda y cinco más. Aunque sería injusto desconocer el rol protagónico del guitarrista, el Negro López.

La medicina del amor

La gran novedad de la noche fue el tema nuevo que presentó Charly: “se llama ‘La medicina del amor’ o ‘La medicina del doctor’, todavía no sé". Una hermosa canción rockera que dice: “a veces con vivir no alcanza”. Otra vez, piel de gallina.

Llegó el turno de Funky, y bajo la consigna “gozar, es tan necesario” se largó el primer pogo de una noche que ya era agitada. Después vino la calma con Adela en el carrusel. La intensidad subía y bajaba como si Charly midiera hasta dónde llegar.

“Después de esta fina balada, queremos… yo por lo menos ¡Rock and roll!”, y de nuevo el pogo. Cuando las pantallas ofrecían un primer plano de la sonrisa de Charly, algo pasaba, algo del orden de lo sentimental. Casi podía oírse un suspiro, si no de amor, ¿de qué? Y por si faltaba algo para erizar la piel, vino la dedicatoria de Rezo por vos para Gustavo Cerati. “Recemos por él, si sirve de algo”.

El recital siguió pasando por los éxitos de Charly, que parecían como rescatados del fervor de estadio y puestos en foco desde otro lado. Había algo con las letras, que sonaban más emotivas que de costumbre: por ejemplo, cuando Charly decía con furia “voy a confiar en mi”, en medio de Influencia. Un recuerdo para Serú Girán, y el final con Pasajera en tránsito. Después hubo tiempo para muchos bises, que incluyeron Tu vicio y el Himno Nacional. Un amor real, desplegado en toda su intensidad.

Por Emanuel Rodríguez

Fuente: La voz del interior

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