Charly García -y esta vez quedó muy claro- no tiene techo. El estadio de Vélez, tampoco. Eran las diez menos cuarto cuando empezó a sonar Pubis angelical y la multitud estalló en gritos al ver subir al prócer recuperado, sonriente, parlante, pianista y descoordinado bailarín. Eran las diez menos diez cuando el hombre cantó: "Yo me hago el muerto para ver quién me llora" (El amor espera) y el cielo, dándose por aludido, le respondió con goterones del tamaño de aceitunas. "¡Fuera, lluvia!", gritó García, y agregó, desafiante: "¡O más fuerte!". ¿Para qué pedís? ¡Para qué pedís!
Durante más de dos tremendas horas, 40 mil personas entendieron la verdadera dimensión de las palabras empaparse y congelarse, pero la fogata en escena pudo más. Y cada quien creyó haber encontrado (además de la pulmonía) lo que realmente había ido a buscar.
¿Y qué era aquello? ¿La comprobación del milagro de la resurrección? ¿La carne en el asador para festejar el regreso del hijo pródigo después de un año y medio? ¿O, por fin y de una vez, la celebración del verdadero artista que ya no debería de estar probando y confirmando tanto, sino proponer, ofrecer y desestabilizar?
Si cumplir años significa básicamente alegrarse por seguir vivo, Charly García puede darse por satisfecho. Pero, se sabe, a García no suele alcanzarle con chiquitajes.
Porque su mochila de viejas canciones espléndidas podría asegurar sin esfuerzo cientos de horas y conciertos y, de hecho, aquí hubo al menos veinticinco clásicos, desde No soy un extraño y Cerca de la revolución hasta Chipi Chipi, Fanky, Demoliendo hoteles, Promesas sobre el bidet, Pasajera en trance y Yendo de la cama al living, pasando por Adela en el carrousel, Canción de 2 x 3, Llorando en el espejo, Raros peinados nuevos, Tu vicio, su ruta (resbaladiza por lluvia).
Es cierto que las tonalidades originales y pretéritas de esas canciones indestructibles no encajan tan bien, ahora, con esta voz casi recuperada (para eso está Hilda Lizarazu, una artista descomunal capaz de sostener, a lo Sansón, cualquier columna con riesgo de derrumbe). Es cierto que García lo intentó desde el arranque, y también es cierto que lo consiguió recién a partir del Rap del exilio y que su garganta derrapó más de una vez y que la remontó enseguida, valeroso, a pesar de un sonido que -al menos para afuera y complicado por el tornado- pareció por momentos una turbina de avión triturando una gallina.
Pero a García, queda dicho, no le basta con lo esperable. Por eso, el recital no estaba planeado para ser únicamente un recorrido random por el fantástico archivo de la mejor memoria musical del rock de este país, ni aun sumando la sorpresa y el gozo descomunales (para la gente, que ardió; y para la tormenta, que arreció el doble) de ver en escena a Luis Alberto Spinetta ("Mi ídolo, mi maestro") cantando Rezo por vos.
Charly también iba a abrirnos los ojos con los efectos especiales y la puesta de Pichón Baldinú (De La Guarda), pero el viento ¿que seguía, implacable¿ hizo que las pantallas laterales no pudieran sostenerse, embolsó la pantalla central (que nunca más pudo volver a subir), no permitió utilizar la rampa que se elevaba junto con García, y dejó de a pie a la señorita que iba a volar en escena, por miedo a que la dama terminara apareciendo en la cancha de, precisamente, Huracán.
"¡Y Charly no se va, y Charly no se vaaaa!"
"Los que nunca se van son ustedes. Y si yo me voy, me voy a Miami."
Por lo visto y por suerte, Charly no se va a ir más. Pero, paradójicamente, ahora es cuando veremos a dónde irá.
"Me siento solo, lindo, joven, viejo, triste, loco, nuevo, viejo y usado." (El amor espera).
El amor esperó. Ahora, como siempre hace el amor, espera más.
Por Gloria Guerrero
Fuente: Clarin
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