Creíamos conocer a Charly, pero todo fue sorpresa cuando volvió de Nueva York, a fines de 1983, con el pelo muy corto, con anteojos sin marco (livianos) y con un álbum que estuvo cerca de llamarse “Nuevos trapos” y que plantó una línea divisoria entre los años ’70 y los ’80, a partir de un lema que él solía pronunciar en voz baja, entre amigos: minimalismo, polirritmia y discreción. Las sorpresas continuaron cuando llegó el turno de presentar el disco en el estadio Luna Park. No habían pasado ni diez años desde que Sui Generis se había despedido ahí mismo; sin embargo, en ese entonces, parecía que habían pasado mil siglos. Y entre medio, claro, la dictadura. La foto en la tapa de Clics modernos (foto de Uberto Sagramoso) presentaba una silueta que mucho se parecía a las siluetas con que las Madres reclamaban justicia en la flamante democracia. Una vez más, la “pobre antena” de Charly sintonizaba con el “inconsciente colectivo”.
La primera sorpresa al entrar al Luna Park fue ver que el escenario estaba armado en un extremo (en reemplazo de una popular lateral), que la fila de butacas corría a lo largo y no a lo ancho del estadio. Ese cambio de “puesta” se condecía, no cabe duda, con la genuina “vuelta de tuerca” que Charly había encontrado para renovar su música y hacerla, entre otras cosas, “bailable” (“yo quiero estar liviano”, cantaba en “Los dinosaurios”). Muchos se sintieron entonces confundidos o traicionados con los cambios; y una canción como “Transas” se anticipaba con lucidez a ciertas críticas que no tardaron en llegar. Para otros, sin embargo, el paso a una música menos “recargada” era bienvenido e incluso necesario, tras una larga noche de “paranoia y soledad”.
Hacía tiempo que García se sentía “atado” a los teclados, que quería moverse con más libertad en el escenario. Desde la última etapa de Seru Giran (cuando llegaba “Popotitos” y él tomaba la guitarra era un momento de explosión) amenazaba con hacerlo. En tal sentido, el Luna Park de Clics modernos fue otro peldaño en esa dirección. Y fue una de las últimas ocasiones en que Charly pareció cómodamente sentado detrás de los teclados, sin la ansiedad por ocupar el centro de la escena.
Recuerdo de esos conciertos la novedad de la iluminación sin colores (solamente luces blancas) y de las calcomanías con forma de corazón que obsequiaban con el programa. Recuerdo la novedad de los saxos de Melingo y de los coros femeninos (no para disimular la decadencia de la voz, como ocurriría después). Recuerdo la solidez de la banda, con Fito Páez como una especie de espejo adolescente de García, con la indudable solvencia de los tres GIT (Guyot, Iturri y Toth); fue lógico que esta banda grabara luego un disco como Piano Bar (con el concepto de “vivo en estudio”). Y recuerdo, sobre todo, la enorme sonrisa del hermano de Charly, de Enrique García Moreno, a quien yo empezaba a conocer por entonces y cuya presencia hoy se extraña. “Lo hizo otra vez”, me dijo en cuanto terminó el show. Y tenía razón.
Por Eduardo Berti
Fuente: Página 12
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