Charly García tiene 45 años, Mercedes Sosa, 62. Se conocen hace treinta años, pero recién ahora se decidieron a grabar un disco juntos. “Alta fidelidad” lleva vendidas cincuenta mil copias en dos semanas, y se perfila como uno de los discos más importantes de la década: Reunidos en una habitación del Sheraton, Sosa y García cuentan a Radar cómo funciona esa extraña química entre los dos en un reportaje antológico.
Se miden, se mueven, se miran, se mimetizan. Sentados una junto al otro, Mercedes Sosa y Charly García parecen por momentos colosales superhéroes del planeta del arte o apenas frágiles seres vulnerables en busca de contención. Acaban de editar uno de los discos más importantes de la década, pero se conocen hace treinta años, y al tiempo se ignoran desde siempre: vienen de mundos tan distintos como sus apariencias. Mercedes tiene puesto un conjunto azul, una camisa floreada y un collar de perlas. Está como varada en el sofá de cuatro cuerpos en que ambos han estacionado sus humanidades y camina con dificultad, como una Pachamama cansada, por estas habitaciones espaciosas de la suite del hotel internacional donde conceden la entrevista exclusiva a Radar. Charly luce un saco de lamé dorado como de cantante de bailanta, jeans sin botones ni cierre, zapatillas negras sin medias, uñas bicolores, tatuajes por todas partes y los ojos marcados con delineador. Parece salido de un comic futurista cuando, dando saltitos y moviendo los brazos como aspas, guitarra en ristre, flota sobre la alfombra rumbo a una parte de la sesión fotográfica.
Aunque para el público parezcan amigos que se frecuentan, en rigor se ven en contadas ocasiones y casi no hablan. Se conectan, en todo caso. Ella lo trata con un amor maternal que le permite a él su papel de adolescente perpetuo. Mercedes tiene una paciencia de tucumana y Charly un carácter de chico de Barrio Norte. Mercedes lo atrae hacia su hombro y le rasca la cabeza, susurrándole unas palabras cariñosas al oído. Charly se deja pero mira a los testigos con ojos de Johnny Rotten en un viaje agresivo. Sin embargo, si algo deja claro Alta Fidelidad --que ha vendido cincuenta mil copias en cuatro semanas-- es que entre ambos existe una química artística explosiva, iluminadora, valiente. Las canciones de Charly crecen en la garganta de Mercedes, Charly crece poniendo su talento sin límites al servicio de un proyecto coherente, y Mercedes crece sometiéndose a un control artístico que desconoce prejuicios. La mediocridad para algunos es normal, la locura es poder ver más allá.
A las dos carreras les hace bien el resultado de la química, pese a que se supondría que no tienen nada que demostrar, desde hace mucho ya. Mercedes y Charly son algo más que los artistas claves de sus respectivos géneros: los trascienden y los funden en un denominador común, que es la música argentina, a secas. Pero, además, son símbolos vivos. El alma llena de congojas de Mercedes --uno de los primeros artistas obligados al exilio por la violencia política de los '70-- y el cuerpo atormentado de Charly --un artista absolutamente clave para entender la resistencia cultural, aún hoy-- simbolizan buena parte de los conflictos sociales argentinos. A los dos les pesa el tiempo pasado: ¿cuántos chicos que cayeron cantaban canciones de Charly, cuántos que no están soñaban con un mundo mejor escuchando discos de Mercedes, cuántos lloraron exilios oyéndolos, cuántos crecieron amamantados por sus voces y palabras, cuántos los aman hasta aturdirlos? Es difícil ser memoria viva.
A Mercedes le dolía la cabeza, esta noche, más temprano. Todo estaba organizado para la entrevista el día anterior --la suite alquilada por Polygram en el Sheraton, los jefes de prensa y managers trabajando en conjunto--, pero Charly no llegó nunca a la cita, acordada con mucha anticipación. Pidió disculpas a su modo: sentía calambres en el alma. Pero se presentó al día siguiente en el hotel, entró tocando su guitarra eléctrica al lobby --con un pequeño parlante amplificando el sonido-- y subió los 23 pisos radiante, como un chico bueno que va a clases el lunes, con el guardapolvo bien blanco y una manzana para la señorita a la que hizo rabiar el viernes. Ahora, que Charly está por allá atrás, poniendo sus manos sobre el rostro cada vez que el fotógrafo dispara el flash y preguntando si no se podrá hacer una fiesta en la habitación, de madrugada, ya es tarde, y a Mercedes no le duele más la cabeza. Hace una seña casi imperceptible, pidiendo al cronista que se acerque a su posición de barco escorado, en el living.
--Este Charly es uno, y a veces asusta, pero el Charly de estudios es otro. En el estudio tiene una delicadeza... Un día, durante la grabación, le digo, con un poco de miedo por su respuesta: "Me parece que esto está un poco desafinado..." y él me mira a los ojos y me contesta: "¿Té o café, Mercedes?". O sea, me dice que sí, pero que no me preocupe, que él lo va a arreglar. Que yo tome té o café.
Cuando le dolía la cabeza, horas antes, Mercedes comentó que leyendo De artistas, locos y criminales, de Osvaldo Soriano se enteró de que el enorme escritor mexicano Juan Rulfo adoraba las aspirinas argentinas y aprovechaba sus visitas a Buenos Aires para aprovisionarse por años. Después de tomar una con tamaña convicción, se ha colgado hablando de su último descubrimiento literario, el chileno Luis Sepúlveda, pero enseguida ha vuelto a lo de las aspirinas. Aporta una precisión: Rulfo le contó eso a Soriano volviendo de un kiosco, mientras tomaban algo en el Bar Ramos. Charly pone cara de Chaplin, cuando Mercedes se toma un respiro. "¿Y qué no es bueno, en este país generoso?", pregunta entre risas, haciendo mohínes. "Acá no es como en Nueva York, que la sal no sala y el azúcar no endulza". Mercedes se ríe con ganas, y Charly cuenta que, de verdad, esa definición de Nueva York se la dio una señora paqueta, y que le pareció de un snobismo tan insoportable que no tuvo más remedio que incluirla en un tema de La hija de la lágrima.
Charly se acuerda de Mercedes Sosa a principios de los '60, cuando era un niño, uno de los cuatro hijos de Carmen García Moreno, productora del programa televisivo Folklorísimo. En el living del amplio departamento de la familia en el Barrio Norte, con sus ojos de chico, se sorprendía viendo en la intimidad a Eduardo Falú, Ariel Ramírez, Jaime Torres, Jaime Dávalos, parte de la crema de aquel folklore que por entonces, antes de Los Beatles, era en la Argentina la nueva música joven. Pero Mercedes tiene visiones borrosas de esos momentos, en que apenas era una joven promesa y venía del hambre y la postergación. "El era un chico, y yo estaba creciendo", define. Charly tiene hoy 45 años --cumple 46 el 23 de octubre-- y Mercedes 62, desde el 9 de julio. Pero, aun sin acordarse de cómo la miraba Charly mientras ella cantaba en aquel living, recuerda perfectamente a Carmen contándole en un bar de la calle Viamonte sobre aquel hijo prodigio que a los doce se recibiría de profesor de piano tocando a Chopin, y que muy poco después descubriría el rock. "Yo pensaba: todas las madres hablan maravillas de sus hijos", resume.
Pero a pesar de haber estado tan cerca por entonces, los caminos que a mediados de los '90 se han unido, a mediados de los '60 se separaron. Charly se peleó con los profesores que no lo dejaban componer música clásica, descubrió a Los Beatles, escuchó a Los Gatos en el Fénix de Flores, se hizo hippie y empezó a componer canciones que con los años se harían clásicas. Pesaba lo mismo que ahora. "Cuando ya me empiece a quedar solo", una de las versiones más impactantes de Alta fidelidad, la escribió ahí nomás, a los 18, antes de grabar en 1972 el primer disco con Sui Generis, Vida, aunque la registró en el segundo, Confesiones de invierno. Pero Mercedes estuvo diez años sin escucharlo. Recién conoció el tema del que ahora no se cansa de hablar al regreso del exilio, en 1981. Se lo hizo escuchar Daniel Grinbank, pensando que podría cantarlo. Lo hizo en los shows más emocionantes de su vida, los del retorno en el Opera, en su primera actuación con García. Antes, con su hijo Fabián Mathus, que mucho tuvo que ver con su acercamiento a los más jóvenes, había ido a ver un concierto de Seru Giran, en Morón. No entendía nada.
Es un dato impresionante que usted no haya escuchado durante una década un tema que luego cantaría durante quince años, y que para el público de Charly fue un clásico instantáneo.
--Es que yo estaba muy sorda, entonces. Yo era del folklore, y los folkloristas negábamos el rock. El rock comenzaba acá, pero para nosotros no existía... y eso que éramos los más progresistas. No digo Charly o Spinetta, solamente: ¡para nosotros no existían Los Beatles!
--¿Pero al Pato Donald tampoco lo conocían? --bromea Charly, que se ve que por entonces no leía a Ariel Dorfman.
--A Los Beatles, Charly, los conocí en el exilio, en Madrid. Un día voy caminando por la calle y veo mucha gente haciendo cola para entrar a un cine, y daban Submarino amarillo. Entré de curiosa, y me caí de espaldas: creo que ahí vi los colores por primera vez. Me sentí muy avergonzada, y lloré, sola en mi casa. Aprendí de golpe que los artistas no debemos tener soberbia con los otros artistas, no desechar por los prejuicios. Yo era una cantante muy reconocida ya, y realmente tenía una visión de la música totalmente limitada por los prejuicios.
--Yo no quiero ser injusto --tercia Charly--. Para mí vos siempre fuiste abierta. Lo que pasa es que creciste en otra época, con una leve diferencia de edad con mi generación, digamos, que vivió la explosión de Los Beatles mientras crecía. La verdad es que personalmente, salvo excepciones, yo a la gente que vino detrás de Los Beatles no la entiendo. Para mí la música del siglo se terminó ahí. Coincido con Woody Allen: la era contemporánea terminó cuando Los Beatles se separaron. Piensen bien: eso fue en el '70, y ahí empezó toda esta mierda. Por ahí es una exageración, pero yo no confío mucho en una persona si no le gustan Los Beatles.
--Sí, está bien, Charly, pero a los viejos siempre nos duele haber perdido el tiempo.
A vos, Charly, te pegó especialmente el disco Mujeres argentinas, de Mercedes.
--Es que, pese a lo que dijo recién, Mercedes fue siempre una persona súper avanzada. Para mí la música argentina no es de rock, ni de tango, ni de folklore, sino música argentina. OK: yo crecí con la guitarra eléctrica y ella con el bombo, y aquí estamos. Pero los dos tenemos la cabeza abierta. Mercedes es muy grande musicalmente y en aquel disco ya estaba todo claro. Había un órgano, también había bombo, claro, pero el bombo no estaba en todas partes, y a mí me repegó. Había buenas canciones, buen sonido, buena producción. Cuando nos juntamos para nuestro disco, yo le dijo a La Negra: "Hagamos otro Mujeres argentinas".
Hace años, tenías un proyecto de grabar un disco con Atahualpa Yupanqui.
--Sí, antes de que se muriese. Un día lo conocí y me pareció un tipo excepcionalmente inteligente, un tipo con una suavidad extraordinaria, con la suavidad de los elegidos, y se me ocurrió que trabajáramos juntos. Cuando te encontrás con un artista así, de verdad, a mí me dan ganas de hacerme amigo, de trabajar con él. De admirarlo con un tarea en común. Lo quería hacer con Yupanqui, lo hice con Mercedes y lo haría con cualquiera que me parezca grande, aunque no sea famoso o conocido.
--A mí --se mete Mercedes-- me pasó algo parecido. Había grabado un disco de homenaje a Violeta Parra, otro de homenaje a Atahualpa y me dije, un día:
"¿Cómo es posible que no haya hecho uno con Charly, que es uno de los grandes del siglo?" Lo invité a que participara, y acá estamos.
--Este disco --sigue Charly-- fue hecho en forma muy misteriosa, investigando mucho. Sin máquinas, con la menor tecnología posible, tratando de reflejar nuestra personalidad, no la personalidad de las máquinas o los técnicos, que es como suena casi todo hoy. Cuando estoy en el estudio, yo quiero mística, no quiero industria. Quiero grabar con velas, soy muy velero, no con luces artificiales de neón. Grabamos en lugares muy chiquitos para un proyecto de este tamaño, muy caseros. Después, OK, vino Joe Blaney, mezclamos cinco estrellas, trabajamos como sabemos. Pero para mí estuvo lleno de experimentación, de tocar sin escuchar y "escuchar" mirando el osciloscopio, de escuchar la música pero debajo del agua, en la pileta. Mercedes, un psicólogo me dijo una vez que la noticia más importante, la noticia de tapa, no es si el Frepaso se alió con el radicalismo, o si Menem es más corrupto que antes, sino que nació un bebé en el espacio. Nació un bebé en el espacio, ésa es la noticia.
--Yo canté y me fui. Siempre trabajo así.
--Yo siento que en el disco, de alguna manera, está el sufrimiento de ella. Ella sufrió mucho. Creo que yo no tanto. El asunto de las llaves y eso.
¿Qué es, Mercedes, el asunto de las llaves?
--Es un símbolo de la soledad, algo que le conté una vez a Charly. Estaba en Madrid, en mi casa del exilio, y después de que se había ido la chica que venía por horas, salí a sacar la basura y me quedé afuera, porque se cerró la puerta. El encargado llamó a un cerrajero, que vino de noche como desde cuarenta kilómetros a hacer el trabajo, y para mí fue como un símbolo de la soledad: cuando estás solo, tenés un llavero lleno de llaves de distintas puertas, pero nadie tiene una segunda llave de esas puertas, no tenés quién te cuide las espaldas. Yo esperaba al cartero a la mañana y a la tarde. No venían cartas y pensaba: vendrán mañana. Vi eso en El exilio de Gardel y me conmovió muchísimo. Muchas canciones de Charly me conectan con eso. Por eso me hubiese gustado que estuviese "Desarma y sangra", pero no estuvo.
--¿Y por qué no la grabamos, Mercedes?
--(Con sorpresa y una pizca de enojo) Porque vos no quisiste, Charly... A vos no te gustó cómo quedaba.
--A vos no te gustó. Acordáte, Mercedes...
--(Cambia de tema porque tiene claro que no va a haber acuerdo) "Canción para mi muerte" también quedó afuera. Es que por un momento pensé que era demasiado sufrimiento, demasiada muerte, y ahora que Charly está bien no tiene sentido hablar de la muerte.
¿Cuáles son los temas que a usted más le gustan del disco, Mercedes?
--"Cuando ya me empiece a quedar solo" y "Los sobrevivientes". "Los sobrevivientes" me parece una obra maestra. "El tuerto y los ciegos" también quedó bárbara. Otras me costaron mucho, como "Cerca de la revolución" o "Promesas sobre el bidet": no estoy acostumbrada a cantar con una batería partiéndome la nuca. "Promesas..." quedó muy bien.
¿Por qué se ríe cuando está cantando "me siento sola y confundida a la vez" en "Cerca de la revolución"?
--Porque yo cantaba con la letra original: "me siento solo y confundido a la vez", y Charly me decía que la feminizara. Entonces, cuando hice la toma, lo estaba mirando y me reía, y así quedó.
¿De qué revolución habla el tema, Charly?
--Es una canción de búsqueda. Es una canción de amor, está claro. No habla de política. Habla de otras yerbas. Cuando dice "no es una cuestión de elecciones", no habla de Alfonsín. Habla de elecciones de vida.
¿Por qué, Charly, Alfredo Alcón cambia en un tramo la letra en "Los sobrevivientes" diciendo "nunca tendremos país", en lugar del "nunca tendremos raíz" original?
--¿Decía "raíz" la versión de Serú? No me di cuenta, pero creo que "país" está bien. Bueno... --piensa, rápido--, acaso entonces yo estaba más telúrico y ahora estoy más ciudadano.
¿Por qué trasformaste en un carnavalito "El tuerto y los ciegos"?
--Pero es que las versiones... son casi iguales. Sólo que entonces (1975) yo quería tocar el mini-Moog y ahora me gusta el charango. No sé mucho de carnavalitos y vidala, o rock o blues. Para mí es música. Y si es mía es argentina. Es así, loco.
Después, ante una pregunta sobre si estos temas serán presentados en vivo, no logran ponerse de acuerdo. Charly dice que es fácil hacerlo --un alarde de autoconfianza, queda claro-- y agrega irónicamente: "Sobre todo si hay pocos músicos con los que lidiar". Mercedes contesta que sí, pero que Charly tendría que ponerse las pilas para trabajar. "Yo me la paso trabajando", ¿bromea? García. Mercedes refunfuña: deja claro que le tiene miedo a la desprolijidad en vivo, pero que le tentaría que el trabajo sonase alguna vez fuera de los estudios. Si eso ocurre, acaso sea en diciembre. Ella tiene ahora compromisos internacionales.
Pero no se enojan por no coincidir: conocen los tiempos del otro y se respetan como dos leones poderosos como para discutir con público. Mercedes vuelve con "Los sobrevivientes", como si todo el tiempo hubiese estado intentando recordar algo, pero en realidad repite que es una obra maestra y que le eriza la piel. Es que escuchándola desde la perspectiva de hoy, emociona y asombra que Charly haya logrado colar tanta cantidad de denuncia de lo que pasaba en la Argentina militarizada sin que los mecanismos represivos militares lo advirtiesen o lo censurasen. Como lo haría luego en "Inconsciente colectivo" ("ayer soñé, con los hambrientos, los locos, los que se fueron, los que están en prisión"), "Superhéroes" ("no pasa nada, nadie pasa, sólo una banda militar, desafinando el tiempo y el compás") y "Los dinosaurios" ("los que están en la calle pueden desaparecer, los que están en los diarios pueden desaparecer, la persona que amás puede desaparecer"), para no mencionar la fenomenal "Alicia en el país".
--Yo creo con respecto a eso que en realidad estuve muy loco durante esos años. Porque no sentía miedo. Tenía bronca y quería decir mis cosas. Creo que lo hacía refinadamente, y que había censores que no se daban cuenta. Me sentía solo y siempre escribí canciones para que me acompañaran. Es mentira que uno pueda salir de la depresión haciendo canciones: cuando estoy deprimido me caigo. Pero para mí es un orgullo haber contado entonces lo que pasaba, mientras otros se iban a Miami de compras. Cuando voy a España, me dicen sudaca. Yo digo: a mucha honra. Estuve en mi país cuando era difícil, y me la sigo bancando.
¿Recordás cuándo y por qué escribiste "Los sobrevivientes"?
--Esto no lo había contado nunca. Un día soñé que estaba mirando una pared y el reloj desaparecía. Que todo desaparecía. Fue una visión como anticipatoria. Me angustié. Escribí "Los sobrevivientes" porque esa canción estaba en el aire: pero los otros no lo olieron, ¿no? O no quisieron. Escucho eso hoy y confirmo que estaba muy loco, era muy inconsciente, y además no me podían clasificar. No era el tipo militante de izquierda. Por eso zafé... Era muy duro ser joven en la Argentina de Videla, creo que quedó claro. Pero después también inventé muchas historias. Como dice Lou Reed: hay muertes, hay traiciones y hay crímenes y no se puede poner todo eso en una canción. La gente va a ver una obra de teatro de Shakespeare y no piensa que él es un asesino porque pone asesinatos. Pero yo escribo "Canción para mi muerte", que la hice cuando estaba en la colimba a los veinte, y piensan que me quiero suicidar.
--Sin embargo, hay mucha muerte en tus canciones --corrige Mercedes.
--Pero es que yo tenía una idea romántica, poética, de la muerte. Yo creo que los que creen que me quiero morir no entendieron nada. Pero nada: say no more.
La palabra muerte no le gusta a Mercedes, y la muerte mucho menos. Hace un amago de tocarse el lugar donde le duele la cabeza. Charly ha estado demasiado tiempo quieto. Mientras ella camina rumbo a las fotos, se calza la guitarra y, sentado en el sofá, toca el tema inédito "El aguante". Desde el piso 23, mientras para Mercedes el día se acaba y para Charly la noche está en pañales, Buenos Aires parece un mar de luces. "Estoy contenta: estuvo buena la nota", saluda ella. "¿Están seguros de que no podemos hacer una fiesta?", pregunta Charly por segunda vez.
Por Carlos Polimeni / Pagina 12
jueves, mayo 21, 2009
La canción sin fin
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2 comentarios :
genial, gracias por compartirla :)
Bravo! alto post, ambos son unos grosos tremendísimos.
Gracias por hacerme saber el porqué de la cita en la tapa del disco.
¿Té o Café Charly?
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