domingo, mayo 19, 2013

Fernando Samalea: Todos dicen te quiero

Con orígenes clavados en el jazz y en una infancia repartida entre los monoblocks de Saavedra y la aristocracia porteña, Fernando Samalea fue baterista y bandoneonista de más de cien diferentes grupos y músicos aunque, claro, sus colaboraciones fundamentales fueron con Andrés Calamaro, Gustavo Cerati, Spinetta y básicamente Charly García, desde Las Ligas hasta hoy (empezó en la batería, ahora toca bandoneón, vibrafón y ¡maniquíes!). Inquieto, incansable, miembro del grupo de Rosario Ortega –que, dice, lo mantiene conectado con las tendencias más recientes–, Samalea acaba de editar un nuevo disco solista llamado A todas partes, el número once firmado sólo con su nombre: música absolutamente porteña, acústica, que él define como jazz de película de Woody Allen con toque de bandoneón.

El encuentro con Fernando Samalea se realiza en un clásico: el bar La Paz que, aun remodelado, no ha perdido mucho de su espíritu bohemio que reúne a almas afines. En el medio de la conversación, el postulado queda demostrado con la aparición mágica de Moris, empilchado a la new wave, que saluda a Samalea y se sienta a la mesa. La conversación continúa como si no fuese una entrevista.

Fernando terminaba de contar que “si fuera por mí, viviría aquí: soy muy del centro; de Corrientes entre Callao y 9 de Julio: es mi lugar en el mundo, donde están las librerías, las disquerías, los teatros”. Antes había hablado de su descubrimiento del tango y el bandoneón en 1989, de la bohemia porteña, tanguera y rockera, y no fue más que decirlo que apareció uno de sus integrantes más destacados.

–Che –le dice Moris con su vozarrón–. Escuché el disco tres veces. Me gustó mucho.

–Qué bueno –responde Samalea–. Tengo otro nuevo para darte en este preciso momento.

–¿Otro nuevo? –se asombra Moris–. ¿Quién sos? ¿Litto Nebbia?

A todas partes, el “nuevo” de Samalea, es el número once de su discografía artesanal e independiente. Un disco de lo más agradable que suena a jazz mediterráneo, a música de crucero, a película romántica, pero con distinción; el bandoneón no está en primer plano, pero cuando sopla le agrega una brisa única, inconfundible, de Buenos Aires. Deslumbra desde la tapa, hecha en el formato de un simple de vinilo, con unas fotos y una impresión de máxima calidad, envuelto en un celofán que recuerda al de los vinilos importados que aterrizaron en Buenos Aires a fines de los ’70, con la “plata dulce”, y que fueron la inspiración para el envoltorio. “Lo que yo quise hacer, a mi manera, como se pudiera –dice, humilde, Samalea, hablando ya de la música– es ese guiño a lo que escuchaban mis viejos en la niñez: las antiguas bandas de jazz. Como si fuese un jazz de película de Woody Allen, con ese toque porteño que le da el bandoneón. Me quería dar el gusto de hacer un disco totalmente acústico, más de estilo, con sonoridades nuevas para mí, como oboes y fagot, que fueron arreglados por Alejandro Terán.”

UNA PERSONA NORMAL METIDA EN LA VIDA DE UN LOCO

Fernando Samalea es conocido principalmente por haber sido el baterista de Dios y María Santísima; un vistazo a su página (www.samalea.com.ar), donde está la lista de todos los músicos con que tocó, deja exhausto a cualquiera. La lista comienza con Charly García y termina con El Kuelgue, en cuatro hileras que incluyen a Gustavo Cerati, Illya Kuryaki & The Valderramas, Andrés Calamaro, Jorge Drexler, Calle 13, Joaquín Sabina, e ignotos nombres de agrupaciones efímeras o experimentales. Sería injusto llamarlo un baterista de sesión. De algún modo, en Fernando Samalea se combina la experiencia del lector consumado, el potrero de Saavedra y el espíritu del aventurero que acompaña a los artistas en sus locuras, aunque rara vez es protagonista de ellas.

“Yo soy como una persona normal metida en la vida de un loco, pero en el fondo soy una persona con sentido común y con modales sociales civilizados. Me pasé la vida rodeado de drogas sin ser partícipe. Nací en Caballito y me crié en Saavedra en un submundo marginal de barrabravas de Platense (jugó de wing izquierdo en las inferiores hasta sus 15 años), pero por una parte de la familia me rozaba con parte de la aristocracia porteña. Combinaba mi vida en el monoblock de calle de tierra de Saavedra sin teléfono hasta los 19 años, con esas cenas de cinco platos y cinco vasos en la calle Sánchez de Bustamante. Todos esos mundos sumados a esa bipolaridad de la vida de la gente normal y de los artistas alocados que se prenden a lo bonzo y mueren en su ley. Me encantan esos personajes: Victoria Ocampo, Bioy Casares o Ernesto Sabato, a quien llamé a los 13 años de puro caradura. Son las personas que me influyeron en este deseo de escribir, de hacer música y de tocar, porque en el fondo soy un rockero de alma. No soy un intelectual de la música.”

Los primeros libros que le dieron a Samalea una cimitarra imaginaria para hacerse a la mar de la aventura fueron la saga de Sandokán de Emilio Salgari (de la colección Robin Hood), y los títulos de Jack London. “La lectura siempre fue clave en mi vida. Desde la niñez, gracias a Salgari, Julio Verne y Hermann Hesse, construí un imaginario y empecé a sentir el deseo, con mis limitaciones y dentro de la posibilidad que yo tuviese como músico, de componer bandas sonoras. Si tenía que hacer algo, tenía que hacerlo con la voz del lugar donde nací. Y es así como fueron saliendo mis discos.” En el hallazgo de esa voz, el bandoneón fue fundamental, casi tanto como Charly García, que fue quien le dio la oportunidad de tocarlo por primera vez en un escenario a fines de los ’80. “Charly me dio la oportunidad de tocar ‘No soy un extraño’ y ‘Piano Bar’ con el bandoneón, y tuve que buscarle la vuelta con la ayuda de Fernando Lupano y un poco también de Charly, entre risas. ¡Y salió! Más tarde, cuando yo estaba en España, viajaba mucho a Marruecos. Siempre quise ir a un país musulmán por curiosidad, por el imaginario de Las mil y una noches, los libros de Paul Bowles, Jack Kerouac, William Burroughs, Allen Ginsberg y Gregory Corso. Me gustaba Tánger porque tenía esa cosa occidental; me gustaba ir a Marruecos vestido de traje, con ropa occidental, no hacerme el árabe. Me gustaba estar en el Petit Soho de Tánger, y que se note que no sos de ahí, pero que estás muy a gusto. Y eso lo aprendí de Charly, que siempre quiso ir a Nueva York desde un lugar porteño: ése es su gran don. Nunca se fue a hacer el americano. Un disco como Clics modernos tiene un increíble aire porteño.”

TOCAR CON TODOS

Samalea pisó por primera vez un escenario en 1974, con una bandita de las que él tenía. Pero a la hora de detectar su origen no hay que pensar en el rock sino en el jazz. Solía frecuentar las fiestas de disfraces que hacía el Pollo Raffo en su casa de Flores, por la que pasaban toda clase de músicos. “Estaban Alberto Lucas, Jorge Minissale, Marcelo Torres, Pablo Rodríguez, el grupo Trigémino. Yo comencé con Javier Malose-tti y Christian Basso, pero toda la gente que andaba con el Pollo Raffo era muy innovadora; vanguardia total en el tiempo de la dictadura. Me acuerdo de que en una de esas fiestas alguien llegó vestido de ‘hombre teléfono’, con esas burbujas naranjas de ENTel. Ibamos al Casal de Cataluña a ver películas de Fassbinder y me acuerdo que ahí vi a La Banda Rudimentaria de Juan Acosta, donde el baterista era el Pollo Raffo vestido de ciego, al que llevaban con su bastón hasta el asiento de la batería.”

Sus inicios con el rock más moderno fueron accidentales. Un día lo llamó un tal Ulises Butrón, de parte de Guillermo Arrom, músico de jazz, porque buscaba un baterista para una banda. Fernando fue a la sala de ensayo y le abrió la puerta Richard Coleman. Así terminó formando parte de Metrópoli, uno de los grupos de rock moderno de aquel tiempo, que para él fue la antesala de otras bandas importantes en las que participaría: Clap y Fricción, con Coleman y Gustavo Cerati. Y en ese momento, Andrés Calamaro reclutó a Samalea, Christian Basso y Coleman para grabar su segundo disco: Vida cruel.

“El primero que confió en mí y con quien grabé en un estudio por primera vez fue Andrés. Y un día vinieron Charly y Spinetta... juntos. Y curiosamente fue de lo más natural; lo interesante de conocerlos es que, además de estar emocionado de tocar en un primer disco con Calamaro, García y Luis llegaron muy jocosos, y nos hicieron grabar sobre un tema sin que Richard y yo escucháramos nada. Nos sugirieron que fuéramos al bar de la esquina y grabaron las bases. A Coleman no le dijeron la armonía, ni a mí el ritmo. Y lo paradójico es que en ese momento, que puede ser crucial en tu vida sin que te des cuenta, las cosas pueden suceder con una naturalidad alarmante. Yo era público de Charly; mi primer concierto fue en el Luna Park, donde tocó La Máquina de Hacer Pájaros junto con Crucis, que presentaba Los delirios del mariscal. Y cuando salió Pubis angelical fue algo increíblemente movilizante para mí, al punto de que escribí una reseña llamada ‘El tango según Pink Floyd’.”

No pasó mucho tiempo hasta que Charly García le robase el grupo a Andrés Calamaro y los rebautizara como Las Ligas. Coleman y Basso no permanecieron demasiado y prefirieron dedicarse a Fricción; Samalea toca hasta el día de hoy con Charly, pero en la formación actual en vez de la batería ejecuta bandoneón, vibráfono y... maniquíes. “Cuando llegué al primer ensayo, Charly me dijo que tenía que tocar con un maniquí de mujer. Con uno y medio, nunca supe bien por qué, y agregamos bandoneón y vibráfono. A mí me costó mucho armar el show porque no es que yo soy un gran bandoneonista o un gran vibrafonista. Llevó mucho trabajo todo eso. Sin embargo, cuando la gente se acuerde de esos shows, lo que va a recordar de mi labor son los maniquíes. Y ése es el ingenio de García. Lo que el inconsciente colectivo recuerda es su idea surrealista de un tipo pegándole un palazo en la cabeza a una mujer. ¡Todo lo opuesto a mí, que soy un romántico!”

En la actualidad, el proyecto que despierta el mayor interés por parte de Fernando, además de su tarea solista, es su rol como baterista en la banda de Rosario Ortega, “porque es un grupo nuevo que me permite estar en contacto con nuevas tendencias, y además tengo esa sensación de que con ellos está todo por hacerse”. Queda atrás, mas no fuera de la memoria, su paso por la banda de Gustavo Cerati, por obvias razones. “Gustavo es una de las personas más importantes de mi vida musical. Desafortunadamente estamos pasando por esta situación horrible. El puso un nivel de calidad y obsesión por la perfección muy claramente entre sus objetivos. Nunca recordaré escenarios más sofisticados que los de Gustavo; la puesta de Fuerza natural o Ahí vamos. La forma de trabajo del equipo mismo, en los dos discos que grabé, era así. Siempre tuvo una forma muy perfeccionista y que a mí me encanta. Al revés de Charly, siempre con su perfil surrealista. Yo a Charly lo veo como a nuestro Dalí. Gustavo, en cambio, tiene un sentido común en sus propuestas, un orden, una prolijidad. Y Charly siempre tiene esa cosa imprevisible y surrealista. Ahora estamos preparando un espectáculo en el Colón, y siempre va cambiando el formato. Veremos con qué nos encontraremos. Charly tiene algo único que es el ingenio y la sorpresa. Va a haber 70 músicos, cinco percusionistas coordinados, pero de ahí a lo que va a ser... no lo sé. Es como una suerte de suite.”

Todavía no cumplió 50 años, pero Fernando Samalea ya vivió una cantidad de vidas que cualquier otro músico envidiaría. “Si cuando Charly grabó Pubis angelical me decías que pocos años después me iba a llevar a grabar Parte de la religión a Nueva York... me habría parecido como un sueño casi inalcanzable. Pero después es todo tan natural, y eso es lo que tiene de maravilloso el deseo. Lo que me llevó a mí a seguir compartiendo cosas con tantos músicos es un gran deseo. Y no pienso dejar de hacerlo hasta que se me partan los brazos.”

Por Sergio Marchi

Fuente: RaDar (Pagina 12)

1 comentario :

Rodrigo dijo...

Gran tipo sama. Tengo el placer de conocerlo. Me saco el sombrero.