lunes, octubre 27, 2008

Todavía hay mucho que hacer, García

Hay una canción mediocre y festiva que sin embargo canta siempre, como si fuera un himno personal. Se llama Funky, y en una grabación en vivo se le escucha decir la frase emblemática de su vida con un agregado irónico. Charly García canta allí: "Gozar es tan parecido al amor?y más barato". Durante años vino explicándonos, en público y sin que muchos lo entendieran, cuál era el sentido profundo de su derrotero. "Cuando sueño en el fin, cuando pienso en todo lo que di, cuando sueño el final, cuando sueño que todo va a acabar ?advierte-. Gozar, gozar es tan parecido al amor". Gozar es lo único que queda, "por eso no quiero parar, ya no tengo dudas". La religión del placer extremo para justificar una vida perecedera, sin utopías ni paraísos en el más allá, deviene de llevar hasta las últimas consecuencias el viejo apotegma de sexo, drogas y rock and roll.

Esa religión del goce frente al presunto puritanismo de la vida burguesa construye paradojas inquietantes entre los artistas: deteriora su obra y su arte, y los mete en el infierno. El camino del gozo absoluto lleva así al dolor absoluto. Una trampa mortal hecha de fuego. Empieza por el fuego sagrado, luego por el calorcito protector del arte, después por la flama pura y dura de las adicciones (a la fama, al alcohol, a la cocaína, al poder) y al final por las llamas devoradoras de un horno sin salida.

Los artistas de todos los tiempos lo son precisamente porque su nivel de sensibilidad suele ser superior a la de cualquier ser humano. A esa débil lámina de piel le entran todas las balas. Es por eso que muchos escritores, pintores y músicos han vivido atormentados, y también es por eso mismo que buscaron anestesias que los volvieron esclavos de ellas. Algunos fueron y volvieron. Otros se perdieron para siempre.

Salvo ocasionales y muy determinados procesos creativos de experimentación, rara vez un gran escritor o un compositor relevante escribió obras maestras bajo los efectos del alcohol y las drogas. El caso de Charly García es aterradoramente interesante. Como señala Oscar Conde, especialista en poéticas del rock, una temática cruza secretamente los versos del autor de "Viernes 3 AM": la soledad. El desamor y el vacío. La soledad. De esas y otras cosas se defendió García durante años con sus intoxicaciones y anestesias, sin poder parar. Y así como cada uno edifica las mentiras que le permiten vivir, así como Borges denostó el género de las novelas porque no podía escribirlas, García desdeñó cualquier intento de llevar una vida razonable y despreció los sonidos convencionales de la música actual. Hace diez años, cuando ya no podía salir del infierno, hizo apología de estar chamuscado: "Estaba en llamas cuando me acosté". Y luego buscó un sonido nuevo llamado "say no more" cuando ya no podía decir nada. ¿Se entiende? Como no podía decir nada, no había nada que decir. Y como no podía seguir en la vanguardia de las canciones, predicaba que las canciones debían ser borroneadas. Así como la pintura de los graffitis borroneaban sus paredes y objetos, los sonidos y contrasonidos borroneaban sus canciones últimas. Ya no había canción por el simple hecho de que no podía hacerla. Otros "discípulos" (Calamaro, Páez) habían tomado la posta y hacían con talento lo que él había inventado. Y García buscaba, para enmendarles la plana, algo nuevo sin conseguirlo, y legalizaba esa impotencia con discos, temas y recitales mediocres o impresentables. También convirtiéndose en un personaje mediático lleno de poder y patetismo. Un flaco desdentado y más solo que nadie, haciendo bardo por todos lados, cometiendo excesos y cristalizado en un espantapájaros triste con patente de Dios.

Trataron de defenderlo sus bienintencionados exegetas diciendo que García iba delante de todos y por eso se lo incomprendía ("la vanguardia es así"), que estaba haciendo arte con su propia vida y sobre su propio cuerpo, que había reinventado el under musical, y algunas otras mentiras piadosas que en lugar de ayudarlo le fueron festejando los errores. Por ejemplo, desafinar, pifiar en la ejecución de su arte, convertir sus recitales en un circo, maltratar a sus amigos y colaboradores, y decir sandeces impropias de su aguda inteligencia.

La verdad es que, salvo Kill my mother, el perpetuo niño prodigio de oído absoluto y formación clásica, el rock star supremo de nuestras pampas, brilló en la canción pero solo por su ausencia.

Digo todo esto desde el más profundo dolor. Podría cantar de memoria (Dios no permita semejante herejía) casi toda su obra. O por lo menos la obra magnífica que tenía antes de entrar en el túnel negro que empezó luego de "La hija de la lágrima". Creo que es el más dotado de los músicos que ha dado la música popular argentina contemporánea. Una antena singular para captar lo que ocurrió en esta sociedad a lo largo de los últimos treinta años. Bien lo dice Fito en su último disco: "Como nadie nos contó la Argentina, y un buen día la quemó. Su querida Alicia avisó un día que el juego se terminó. Pero sus astillas son las maravillas de su extraño corazón".

El otro día, de madrugada, escuché que un locutor adormecido contaba en la televisión que García había salido de la clínica donde lo curaban de sus adicciones, que seguía estrictamente el tratamiento ambulatorio, que había engordado varios kilos, que le habían reconstituido toda su dentadura y, sobre todo, que estaba armando un disco de piano solo. Vamos a recordar algo, por las dudas: García es el Chopin del rock nacional. También recordemos que Eric Clapton y Mick Jagger, sus compadres, fueron y volvieron del abismo, y siguen creando cosas magníficas.

Como dice su canción, "no existe una escuela que enseñe a vivir". Pero existen vidas que ensañan a no morir de muerte matada y prematura. Charly, cuando toques yo voy a estar ahí. De verdad. Como aquella vez cuando rasguñando una acústica te oí decir en vivo: "Yo canto para usted, el que atrasa los relojes, el que ya jamás podrá cambiar, y no se da cuenta nunca que su casa se derrumba".

La casa se sigue derrumbando, García. Vamos, todavía hay mucho que hacer.

Por Jorge Fernández Díaz

Fuente: La Nacion

2 comentarios :

Esteban dijo...

Loco, muy buen blog, yo publique muchisimo de Charly.
Mi blog es www.criticamusicatextos.blogspot.com
Saludos

Anónimo dijo...

Me parece brillante la columna de Jorge Fernandez, aunque en ocasiones contradictoria. No comparto con él el hecho de que todo desde La Hija para acá alla sido una sarta de mediocridad. Creo, simplemente y como él mismo lo indica, que después de 1996 García se dio cuenta que a nivel "puro" dio todo lo que tenía que dar, y el resto era experimentación, obviamente acelerada y desviada por sus malsanos excesos. Adelante Charly!!