sábado, julio 30, 2016

Torna Sorrento: Charly x Lanata

Desde que escuchó Torna Sorrento en la cajita de música de su padre hasta su experimento reciente de un recital que el público escucha con auriculares, Charly García persigue el sonido perfecto como quien busca alcanzar el nirvana. El sonido en su estado puro. De esa y otras obsesiones conversa con Jorge Lanata. Una entrevista en la que comparten la crítica al éxito fácil y la reivindicación del arte hecho con amor. García abre su corazón, habla de las cosas que lo conmueven y recuerda el tiempo en que la versión mínima de una canzonetta napolitana podía ser el sonido perfecto.

Camina como un pato con problemas de columna.
Tiene traje blanco y sombrero al tono y, al presentarse, se inclina levemente hacia adelante antes de decir, en medio de una reverencia:

-Io sono Giovanni María Catalán Belmonte.

Cada vez que lo ve, cada vez que Alberto Sordi aparece en la pantalla con su disfraz de dandy, Charly García suelta una risa ahogada, como un graznido.

-¡Mirá, mirá! -dice Charly, señalando la pantalla, como un chico.

Y allá va Giovanni María Catalán Belmonte en su Rolls Royce blanco atravesando calles oscuras que evocan paraísos de la droga: Vía Thailandia, Vía Indonesia, Vía Birmania. Sordi murmura: está buscando Vía Camboya. Dobla en una esquina equivocada y termina bajo el monumento a Mussolini, donde escucha los gritos de un desesperado: -¡¡Ahito!! ¡¡Aiuto!!
A Sordi no se le mueve un pelo. Baja, atildado, del Rolls, camina hacia el herido y le extiende la mano:

-Giovanni María Catalán Belmonte... -se presenta.

Charly se despatarra en su cama y murmura algo ininteligible. Después, dice:

-Estos tanos son unos genios, ¡son re-grossos!

La película se llama I nuovi mostri (dirigida en el ’77 por Monicelli, Risi y Scola) y el de Sordi es uno de los doce o trece capítulos. En los próximos diez minutos, Catalán Belmonte recorrerá hospitales sin que nadie acepte al moribundo. Una dulce monjita le informará que no atienden “doppo de undici”, unos enfermeros que juegan a las cartas le explicarán que el “ospedale” está lleno de turistas holandeses y, por razones obvias, lo rechazarán en el ospedale militare: el herido es civil. Lo que se dice una historia argentina.

-¡¡Non siento piu la gamba!! -grita el herido en un llanto, y Charly apaga.

-Bueno, ¿vamos?

Él está tirado en su cama y yo en una silla incómoda, en el borde. Toda la casa está pintada. Y cuando digo “toda” quiero decir exactamente eso: toda, menos la cocina y una parte del living. Todo lo demás evoca aquel aviso de pintura que ahora me parece un documental. La parte del living que se salvó de los graffitis es simplemente roja o casi bordó, y la cocina está descascarada y por ella se accede a la casa, ya que la puerta del frente está rota. En el cuarto hay una pantalla plana, varios equipos de audio, cables que se enroscan en casi todos lados y un anaquel casi vacío con un par de botellas en el estante más alto. Todas las personas con las que me cruzo antes de entrar en el cuarto (y son varias) me repiten: “Charly está bien”, y ponen el pulgar en alto.

García viene de tocar en el Faena con una propuesta insólita: el público lo escucha a través de auriculares. Me pregunto si habrá encontrado el sonido perfecto.

-Bueno, vamos -le digo.